viernes, 4 de diciembre de 2009

Ensalada de patata y salchichas


Hoy toca abrir la cuarta ventanita del Calendario de Adviento de Noema y lo vamos hacer con algo archi-híper-súper-alemán: El menú de Nochebuena a base de “Würstchen & Kartoffelsalat” - o sea: salchichas y ensalada de patata.


Cuando Noema me preguntó si participaría en su evento, lo primero que hice (a parte de dar un par de saltitos de pura ilusión por tan magnífica invitación) fue soltar un chiste a costa de mi horror personal con las “salchichas con ensalada de patata”... mi particular “espanto” en torno a la cena de Nochebuena con mi familia política teutona se debe a que A) odio la cebolla, B) odio los pepinillos y C) odio-odio-odio los huevos duros. Ingredientes todos ellos A, B y C que se encuentran en todas las esquinas y recovecos de la ensalada de patata navideña de mi familia política. Así que podéis ir haciéndoos una idea de qué cené el año pasado, por ejemplo.

Según las encuestas, más o menos un tercio de los alemanes cenan en Nochebuena ensalada de patata con salchichas – yo, ya sabéis cómo me gusta exagerar, incluso diría que TOOOODOOOOS los alemanes lo hacen. Pero lo curioso es que en los doce años que llevo viviendo en Alemania nadie ha sabido decirme a ciencia cierta cuál es el origen de dicha tradición... Indagando un poquito he leído algunas teorías en Internet sobre el origen de tan parco menú en el hecho de que en Nochebuena el 90% de la gente tiene mejores y más importantes cosas que hacer (adornar el árbol, recoger a la familia de la estación, etc.) que encerrarse a cocinar. Prácticos ellos, los teutones, a rabiar – no lo olvidemos.

Eso sí, existen innumerables variantes de este menú típico. Cada familia tiene su interpretación propia. Por ejemplo: Dependiendo de si vive en el Norte o en el Sur, un alemán aliñará su ensalada de patata con mayonesa (en el Norte) o con una vinagreta hecha a base de vinagre, caldo y aceite (como lo hacen en Baviera y Suabia en el Sur, por ejemplo). En algunas recetas familiares, la patata se acompaña sólo de cebolla y pepinillos, otros añaden tocino o huevo duro o trocitos de manzana. Hay quien cuece la patata con piel y la pela después y quien prefiere cocer la patata ya pelada. En algunas casas se sirve la ensalada junto a salchichas tipo “Bockwurst” que se escaldan, otras familias prefieren las salchichas tipo Bratwurst, que se sirven fritas o a la parrilla.

Así que os pido que toméis las recetas de hoy por lo que son: Únicamente mi interpretación personal. Aunque he de reconocer que al señor K., teutón guapo donde los haya, le gustó tanto mi rediseño de la ensalada de patata clásica que se intentó escapar con la fuente entera al salón mientras yo freía salchichas... “pa-matal-lo” digo yo...

Ingredientes:

Ensalada (2-4 raciones dependiendo de vuestro apetito):
  • 400 gramos de patata (a ser posible una variedad de “carne dura” como Linda o Toscana o similar)
  • 1 puerro
  • 100 g de taquitos de jamón serrano ahumado
  • 6 o 7 pimientos verdes (de Padrón o de Gernika o de donde más rabia os dé, pero de ese tipo, ya me entendéis)
  • aceite de oliva
  • sal
  • algo de romero molido
  • un diente de ajo

Salsa para la ensalada:
  • 5-6 cdas. soperas de mayonesa casera
  • 2-3 cdas. de crème fraîche
  • 2 cdas. de yogurt natural
  • una cucharadita de té de mostaza dulce (o mostaza normal)
  • 1 cda. sopera de vinagre de vino blanco
  • sal y pimienta

Salchichas tipo “Bratwurst” (salen unas 16 salchichas de aprox. 12 cm. de largo):
  • aprox. 3 metros de intestino de cerdo
  • 400 g de paletilla de cerdo o 400 g de picadillo (mitad cerdo/mitad ternera)
  • unos 200 g de panceta
  • 1 huevo
  • 50-70 ml de leche
  • 1 chalota
  • 1 diente de ajo
  • mejorana y perejil
  • ½ cucharita de té de sal
  • ½ cucharita de té de pimentón
  • ½ cucharita de té de pimienta molida

Cómo se hace:

Para hacer las salchichas pondremos primeramente el intestino a remojar en agua caliente durante una hora. Poco antes de pasado este tiempo cortamos la panceta y la carne (si no usamos picadillo directamente) en dados y lo vamos picando todo poco a poco con el accesorio picador de la batidora. En un bol grande mezclamos la panceta y el picadillo con el huevo batido y la leche.


Pelamos y picamos la chalota y el ajo muy finamente y añadimos a la masa de carne junto con las hierbas asimismo picadas. Aderezamos con sal, pimienta y pimentón y removemos a conciencia para que todos los ingredientes se mezclen bien.



Pasamos la carne a una manga pastelera con boquilla ancha y vamos rellenando el intestino. El método que a mí más fácil me parece es ir cortando los trozos de intestino cada 15 cms. aproximadamente, cerrando uno de los extremos con un nudo, y rellenando así cada salchicha por separado. Una vez lleno el segmento de intestino (sin que esté demasiado prieto) cerramos el segundo lado con otro nudo o bien girando el intestino restante sobre sí mismo un par de veces. Procedemos de igual manera hasta gastar toda la masa y dejamos secar las salchichas después una hora en la cocina (lo mejor es colgarlas).


Mientras las salchichas se airean podemos comenzar con la ensalada de patata. Pelamos las patatas y las cocemos enteras durante 15-20 minutos en agua con sal, un chorro de aceite de oliva, algo de romero molido y un diente de ajo machacado sin pelar.


Entretanto cortamos un puerro (la partes blanca y verde clara) a lo largo por la mitad, lo lavamos bien y vamos cortando las mitades en rodajas muy finas. Pochamos el puerro en una sartén con un poco de aceite de oliva hasta que esté blandito y algo dorado. Salpimentamos y reservamos. En la misma sartén le damos un calentón a los tacos de jamón. Por último freímos los pimientos enteros hasta que se doren, los espolvoreamos de sal gorda y reservamos como el resto de los ingredientes.

Escurrimos las patatas ya cocidas y las dejamos enfriar. Cuando no quemen, las cortamos con cuidado en rodajas más o menos finas y mezclamos en una ensaladera grande estas rodajas con el jamón y el puerro. Picamos los pimientos (quitando las pepitas) en trocitos pequeños y los añadimos a la ensaladera.



Es el momento de hacer la salsa – en un bol mezclamos la mayonesa (¡casera!) con el yogurt, la crème fraîche, la mostaza y el vinagre. Revolvemos bien hasta que la salsa quede cremosa y homogénea y salpimentamos.

Vertimos la salsa sobre la ensalada, tapamos con film transparente y refrigeramos durante al menos 2-3 horas. Es conveniente que la ensalada a la hora de comerla no esté “fría de frigo”, así que la sacaremos a temperatura ambiente al menos unos 45 minutos antes de servirla.

Las salchichas se fríen o hacen a la plancha con unas gotinas (pocas) de aceite durante un par de minutos hasta que se doren bien.

Servimos la ensalada con las salchichas y ya puestos nos abrimos una botella de cerveza Beck’s y subimos los pies encima de la mesa del sofá (si no es Nochebuena) o nos bebemos una copita de Riesling al acecho de los paquetes que el gordo de las barbas blancas nos va a traer después del postre (si en efecto es Nochebuena).


Que aproveche.

Posdata: Mi gozo en un pozo – dice el guapo teutón que sí, que la ensalada estilo natalika espectacular, pero que en Nochebuena en esta casa se volverá a servir la versión clásica. Hmmmpffff...

lunes, 30 de noviembre de 2009

La Navidad en un tarro


Ayer le dimos el pistoletazo de salida a una de las épocas más especiales del año: con el comienzo del adviento esta santa casa se pone de fiesta – se van acercando más y más ya las navidades y ahora lo que toca es “jartarse” a hornear galletas y beber “Glühwein” y zampar chocolate (el que se esconde tras cada puertecilla del calendario de adviento) desempolvar los adornos y pelearse, como cada año, por el tamaño del árbol (aunque me temo que, un año más, perderé esa batalla y terminaré dejando que el señor K. me meta en el salón un pino de dos metros...).

El adviento es en Alemania una época realmente especial. Si después de la locura galleteril del año pasado aún os quedan ganas de galletas de adviento y de tradicionalismos teutones, os recomiendo, igual que la última vez, seguir el juego de adviento de Noema de “Intercultura y Cocina” que este año tendrá forma de calendario de adviento (enlace en la barra lateral). Seguro que volveremos a aprender un montón de cositas interesantes sobre las tradiciones navideñas por estos lares.

Yo, desde luego, estoy ya sumergida completamente en la logística galleteril de esta época y volveré en los próximos días a la carga con algunas recetillas que el año pasado se nos quedaron en el tintero. Entretanto, hoy toca calentar motores con todo el sabor de la navidad... metido en un tarro...

El origen de esta mermelada fue la necesidad de “gastar” unas peras que pedían a gritos el finiquito. Mientras elucubraba qué hacer con ellas fui a parar al blog alemán “Fool for Food” que casualmente había publicado poco antes una receta de compota especiada de manzana que me inspiró sobremanera.

Aquí os dejo mi adaptación en forma de mermelada especiada de pera...


Ingredientes (salió un tarro):
  • 360 g de pera (pelada y tras quitar el corazón)
  • unas gotinas de aroma de vainilla (o vainilla “de la de verdad” si tenéis a mano)
  • una cucharada sopera de azúcar
  • un chorro de zumo de limón
  • unos 175 ml de vino blanco seco
  • 2 piezas de anís estrellado
  • unos 10 granos de pimienta roja enteros
  • una pizca de canela molida
  • unos 20 ml. de brandy
  • 2 cucharadas de azúcar moreno
  • una cucharada de maizena

Cómo se hace:

Pelamos las peras y desechamos los corazones y cortamos el resto en dados pequeños. Rociamos con algo de zumo de limón mezclado con agua para que no cojan color.


En un cazo, hacemos un caramelo con la cucharada de azúcar y cuando tenga un color dorado no muy oscuro, desglasamos con el vino blanco. Añadimos las especias y algo de aroma de vainilla (o la pulpa de una vaina de vainilla) y dejamos reducir unos 15 minutos aproximadamente. Pasado este tiempo, añadimos la pera cortada en dados al cazo.


Después de otros diez minutos sacamos con cuidado las dos “flores” de anís estrellado y añadimos un par de cucharadas de azúcar moreno. Dejamos cocer a fuego suave nuevamente otros diez minutos, removiendo de vez en cuando.

Quitamos la mermelada del fuego y pasamos por la batidora hasta que quede fina. (Nota: yo quería una mermelada “sin tropezones” y bastante líquida, pero evidentemente os podéis saltar este paso y dejarla con trocitos, quitando, eso sí, los granos de pimienta antes del final).


En un vasito disolvemos la maizena en veinte mililitros de brandy y añadimos la mezcla a la mermelada batida. Volvemos a poner al fuego y dejamos que rompa a hervir. Reducimos la temperatura y mantenemos la cocción unos diez minutos.

Pasamos la mermelada aún bien caliente a un bote de cristal previamente hervido, cerramos y ponemos el bote boca abajo hasta que enfríe.

Como esta mermelada lleva bastante poco azúcar, sería conveniente hervir el bote después de cerrado para hacerle el vacío más concienzudamente si queremos conservarla durante un par de meses. Como yo sólo hice un tarro de esta mermelada para probar primeramente y tenía además previsto comerla rápido (rellené unos hojaldres con parte de la mermelada, utilicé otra parte en un bizcocho, etc.), prescindí del hervido final.


El resultado me encanta – un sabor muy especiado que conjunta muy bien con el blanco que utilicé, un vino de variedad de uva Grüner Veltliner que además de tener una acidez que le va fenomenal a esta mermelada “diferente”, realza muy bien los sabores de pera y pimienta.


Sobre una tostada de queso brie esta mermelada es una auténtica delicia.


Como una mermelada de compota. O sea: La mermelada de la Navidad. De vicio...

lunes, 2 de noviembre de 2009

Crema de calabaza



El sabor de la calabaza es uno de los más típicos del otoño, sobre todo por estas latitudes (ya lo decía el otro día Noema). Yo de pequeña sólo quería comer calabaza “en dulce”: el cabello de ángel siempre ha sido una de mis mayores obsesiones... pero la idea de comerme un puré o una sopa de calabaza me producía escalofríos. He de confesarlo (sí, una vez más): soy una superficial de tomo y lomo. Porque no me gustan las zanahorias y por eso, todo ingrediente que se acerque a su tonalidad anaranjada me parece, a priori, sospechoso... Ahora soy un poco (sólo un poquito) más lista que antes y, aunque sigo sin comer zanahorias, ya no le hago ascos a una reconfortante sopita de calabaza.

La crema de hoy está hecha con una calabaza de tipo patisson (o pattypan), una variedad que yo no conocía y que básicamente sólo aterrizó en el carro de la compra porque al señor K. le pareció “muy graciosa” su forma. La patisson es una calabaza más bien pequeña (comparada con las monstruosidades de calabazas mutantes que crecían en la huerta de mi aitatxo cuando yo era más peque, la patisson es una miniatura, vaya), y puede ser verde, amarilla o incluso blanca. Su peso suele rondar entre los 500 gramos y el kilo y es mejor consumirla cuando aún es joven (la corteza endurece mucho según va envejeciendo y el sabor se va disipando).

Hice más o menos la misma crema que hago siempre (podéis quejaros, si queréis, me repito más que el ajo, soy consciente de ello – totalmente): El ingrediente principal, un poquillo de patata, algo de caldo y crème fraîche para rematar, la nota diferente esta vez la puso la guindilla, y el topping fue de champiñones salteados.

Salió muy rica (¡mucho!), con el sabor suave de la calabaza redondeado por el picante de la guindilla. Bueno, también reconozco que en esta casa somos unos adictos a las cremitas de verdura. De acelga, de calabacín, de patata y puerro, lo que nos echen...

Ingredientes (salieron dos platos muy llenos que quedaron muy vacíos en cuestión de unos minutillos):
  • una calabaza patisson, también llamada pattypan - aprox. 600-650 gramos de su carne
  • la mitad de un calabacín pequeño (un fondo de frigo pendiente de finiquito)
  • 3 patatas pequeñas (unos 200 gramos en total)
  • caldo vegetal (hecho con media pastilla de caldo)
  • 2 cebolletas
  • un diente de ajo
  • aceite de oliva
  • algo de mejorana
  • champiñones (cantidad al gusto de cada uno)
  • sal
  • pimienta blanca
  • un par de cucharadas de crème fraîche
  • guindilla seca en escamas (recién molida)
  • opcional: perejil picado o cebollino para decorar

Cómo se hace:

Pelar la calabaza y cortarla en dados (desechando las pepitas y fibras del centro). Proceder igual con el calabacín y la patata.

Picar el ajo y las cebolletas y rehogar en una cazuela con algo de aceite de oliva. Añadir las verduras y cubrir con un caldo ligero (la cantidad suficiente para tapar todos los ingredientes). Espolvorear con mejorana y un par de golpes de molinillo de guindilla (o guindilla seca picada fina al gusto). Cuando rompa a hervir, reducir el fuego y dejar que cueza a su aire hasta que la calabaza esté blanda (unos 20 minutos).

Entretanto, saltear unos champiñones cortados en láminas en una sartén con poco aceite. Salpimentar y reservar (sin que enfríen).

Cuando se hayan cocido todos los ingredientes, quitar del fuego y pasar por la batidora hasta que quede una crema fina y homogénea.

Servir acompañando cada plato de crema con una cucharada generosa de crème fraîche y con un buen puñado de champiñones como colofón. Se puede espolvorear asimismo con algo de perejil picado (o cebollino picado).

Sopera mayor del reino de la república: yo. Sin duda.



"Internete" ofrece otras muchas más sopas de calabaza que probar, yo pienso ir haciéndolas todas ellas, empezando por estas:




Y ahora, porque he dormido F A T A L y está lloviendo y es lunes y noviembre y hace frío (3 grados en estos momentos) y el fin de semana ha sido extrañísimo y se ha terminado la Fórmula 1 y me encuentro de un melancólico subido, algo de música. Con mucho pathos. ¿Os he dicho alguna vez que me encantan las cosas patéticas? Uno de mis vídeos favoritos de los últimos años. Yo de mayor quiero ser prima ballerina. Ya está, ya lo he dicho...



lunes, 26 de octubre de 2009

Pesto de acelga



Me vuelve loca la acelga. Creo que no me cansaré nunca de comerla (el señor K. tampoco: él que hasta hace un par de años no había visto una acelga en su vida, es ahora un incondicional absoluto) y de probar nuevas formas de prepararla. Aunque siempre me han gustado mucho casi todas las verduras (mira que era una niña rarita yo: comía poquísimo y fatal pero siempre me ha “encantao” el verde que a tantos críos al parecer horroriza...), la acelga es sin duda mi favorita indiscutible. Me gusta porque su sabor tiene personalidad y porque me encanta lo bien que huele la cocina cuando la cueces. Me gusta por versátil y facilona (en el mejor sentido de la palabra), porque es sana y no se hace de rogar.

Hay quien menosprecia la acelga por ser una verdura “humilde”, como si la humildad no pudiera ser igualmente exquisita (hay que joderse, señores). Supongo que ha sido durante mucho tiempo una pobre malentendida: tan incapaz de saciar el hambre básico (que era lo que antiguamente más contaba), tan pobre en grasas, calorías, hidratos de carbono, proteínas... tan poco “sexy”, vaya,... y al mismo tiempo tan rica en vitaminas, minerales (hierro, calcio, potasio, etc.) y fibra. Es digestiva, diurética y antiinflamatoria y fortalece el cerebro. Y está riquísima, la pongas como la pongas.

Muchas veces, cuando hago sólo las pencas (con bechamel y taquitos de jamón y txistorra o rebozadas y rellenas de jamón york), intento idear algo nuevo que hacer después con las hojas verdes que me han sobrado. La semana pasada, uno de esos intentos de aprovechamiento me llevó a improvisar este pesto de acelga que serví con espaguetis integrales.

Salió estupendo y repetiremos, desde luego: aunque en el primer momento parece que el sabor del aceite de oliva predomina sobre el resto, enseguida en la boca se acentúa el sabor de la acelga (dicho sabor llega desde la retaguardia y luego se pone cómodo y no hay ya quien lo pare, jaja, parezco un comentarista deportivo). Muy rico, sobre todo en combinación con el tono algo “anuezado” típico de la pasta integral.

Ingredientes (para dos raciones descomunales):
  • 250 g de espaguetis integrales
  • 125 ml de aceite de oliva
  • unos 16-18 pistachos
  • un diente de ajo no demasiado grande
  • unos 25 gramos de queso Grana Padano
  • unos 100-120 gramos de hoja de acelga cocida
  • un par de granos de pimienta roja enteros
  • una pizca de sal
  • queso rallado al gusto

Cómo se hace:

Cocemos la pasta al dente en agua con sal.

Entretanto echamos en un vaso de batidora el aceite con los pistachos (pelados), la acelga (que habremos cocido previamente unos 10 minutos en agua con poca sal y unas gotillas de aceite), el ajo pelado y el queso (cortado en trocitos pequeños). Añadimos algo de sal (con precaución) y unos granos de pimienta y batimos con la batidora hasta que quede una consistencia cremosa y homogénea.

Servimos la pasta con abundante pesto y espolvoreamos con más queso rallado al gusto.

Pienso que este pesto saldrá incluso más sabroso aún haciéndolo con nueces en lugar de pistachos. Una buena opción para ir probando más variantes sería también añadirle algún “tropezón” a la pasta: tomates cherry o unas gambas salteadas, colas de cangrejo o tal vez unas setas a la plancha...

Probad y ya me diréis. Nosotros, desde luego, hemos añadido el pesto de acelga a nuestro repertorio cotidiano.

¡Que aproveche!



¿Te chifla la acelga? A nosotros también - inspírate con estas recetas:

viernes, 16 de octubre de 2009

Arrebullón de verduras (con tostas al ajo)

Vaya, os tengo abandonados ¿verdad? He estado últimamente algo falta de inspiración - al menos, a la hora de actualizar el blog (porque experimentos en la kitchen he hecho un montón...). A veces uno necesita una pausa y yo siempre he pensado que un blog es como una amistad: hay amigos que son para siempre y otros que vamos dejando por el camino y hay amistades que son tan intensas que de vez en cuando uno se siente asqueado y cansado de ellas.

A veces la distancia y el abandono hacen milagros - con las amistades y con los blogs... y os lo digo yo, que ya "blogueaba" incluso antes de haber oído la palabra "blog" por primera vez. Igual no estoy muy segura de adónde va este barco: Cuando empecé [hablandoenplatina] para que mi family dejara de petardearme con aquello de "jo, en tu blog todo está en alemán, qué rollo..." no sabía qué rumbo iba a tomar el asunto. Y hace tiempo ya que esto parece más [cocinandoenplatina] que otra cosa... así que supongo que es hora de cambiar en esta santa casa virtual algunas cosillas por aquí y por allá. Ya veremos.

Es lo que tiene esto de los blogs: que casi siempre cogen la dirección que les da la gana, sin ningún miramiento (jaja, algún día igual me lanzo y os cuento aquella historia sobre cómo fue un blog el que metió al señor K. en mi vida... en aquellos tiempos de Maricastaña). Habrá que relajarse, no apretar demasiado el cinturón de seguridad y dejarse sorprender. Digo yo, vaya...

Para entrar en calor después de tantas ausencias, hoy una cena ligerita. Y lo de entrar en calor va totalmente en serio. Literal. Duh! Porque en Berlín “de repenete” hace un frío de la leche y nos hemos quedado “traspasaos”, uuuuaaaah... Las cenas reconfortantes y calentitas ayudan y mucho a paliar el entumecimiento (más que nada el mental, contra el corporal estamos utilizando la calefacción de manera bastante efectiva...): además de las clásicas cremitas de verduras que tanto gustan en esta casa y de todos los tipos de “cosas recién salidas del horno” (como las espirales de lasaña y berenjena de Adi, que no nos cansamos de comer), el plato comodín de estos días – que más que otoñales parecen de invierno ya – está siendo el típico “al arrebullón”. De esto un poco, de lo de más allá otro poco y un par de vueltas de sartén.


La receta original de nuestro arrebullón de ayer es, una vez más, de Ursula Summ y sus libros de dieta disociada. En su versión se hace con brócoli, pimiento rojo, puerro, champiñones y calabacín. Mi variante en la foto reemplaza el brócoli por berenjena (es lo que había en el frigo, señores) y añade además cebolleta y ajo. El resultado es fenomenal - ¡mira que llevamos años haciendo esta receta y aún no nos hemos aburrido de ella!

El toque de la tosta de ajo es un detalle fantástico y le aporta mucha “gracia” al plato. Ya sabéis que a mí me E N C A N T A untar y, francamente, si es con saborcito a ajo pues mucho mejor... conmigo el Edward hortera beato ese de “Crepúsculo” no tendría ninguna posibilidad... :-)

Ingredientes (para dos, plato único, la ración en nuestra línea: contundente):
  • un puerro
  • un pimiento rojo
  • un buen puñado de champiñones
  • media berenjena
  • la mitad de un calabacín pequeño
  • una cebolleta
  • un diente de ajo
  • aceite de oliva
  • unos 125-150 ml de caldo vegetal
  • unos 150 ml de nata
  • pimienta blanca molida
  • romero molido
  • mejorana seca
  • tomillo seco
para las tostas:
  • 3 rebanadas de pan de molde (si es integral, mejor)
  • algo de mantequilla (a temperatura ambiente)
  • 2 dientes de ajo machacados

Cómo se hace:

Cortamos las verduras en dados pequeños y picamos la cebolleta y el ajo. En una sartén grande (o una cazuela antiadherente plana) calentamos un poquillo de aceite de oliva y pochamos en él primero el ajo y la cebolleta, removiendo para que no cojan color.

Añadimos las verduras y las salteamos un momento. “Desglasamos” con el caldo y especiamos con las hierbas (yo he utilizado las que indico en la lista de ingredientes, aunque en la receta original usan únicamente orégano). Dejamos que cueza a fuego suave unos 8-10 minutos.

Entretanto pelamos los dos dientes de ajo y los pasamos por el machacaajos. Mezclamos la pasta resultante con la mantequilla algo blanda. Cortamos las rebanadas de pan “en diagonal” (o sea en triángulos) y untamos ambos lados generosamente con la mantequilla de ajo.

Tostamos los triangulitos de pan de ajo (evidentemente también por los dos lados) en una sartén caliente con 1-2 gotillas de aceite hasta que estén dorados y crujientes.

Añadimos la nata a las verduras, revolvemos y las quitamos seguidamente del fuego.

Servimos con algún triángulo de ajo sobre las verduras.

Una sobredosis de verduritas fenomenal – en estas noches berlinesas tan fresquitas le deja a una esto el cuerpo de miedo. Uhmm...

miércoles, 9 de septiembre de 2009

¡Que coman pastel!



¿Qué haríais vosotros un domingo por la tarde con los restos de un bizcocho? Pues, sí, claro: ¡un pudding* de pan al más puro estilo mariantoniano – sin pan pero con pastel!

Sigo súper repostera, y no es que sea yo muy “dulcera” la verdad, no lo he sido nunca. Ante la opción chocolate o salami (o solomillo), siempre-siempre-siempre escogería el salami. O el solomillo. Lo que sea, mientras sea carne. Sangrante y casi cruda. Punto. Creo que en alguna esquinilla recóndita de mi cuerpecillo, en lo más profundo de mí, soy un hombre - me gustan el fútbol y la fórmula 1, me encantan la cerveza y las pelis tontas de acción y soy una fiera del bricolaje y, señor camarero, mi carne por favor que muja... PERO, y ahora llegamos al quid de la cuestión, que no cunda el pánico: para compensar ciertas carencias de mi personalidad (sobre todo las relacionadas con el amor incondicional al dulce) tengo al señor K., quien, como todo guapo teutón que se precie, es un gran devorador de pasteles y helados y chocolates y cosas de ese tipo.

Así que los domingos, delantal a la cintura y cámara en mano, la solemos liar parda. Dos reposteros dicharacheros - como Starsky y Hutch pero con paquetes de azúcar y harina en lugar de pistolas.

El resultado de este fin de semana: Unas 300 fotos (sí, trescientas, qué brutos), unas mini tartitas con relleno de frambuesas y chocolate blanco y glaseado de café y nutella (que salieron monstruosas, ya os las enseñaré otro día) y una bandeja de puddings “mini” con frutas del bosque (que salieron magníficos).



Ingredientes (sale una bandeja de 12 muffins):
  • bizcocho desmigado (aprox. 3 tazas)
  • una taza (240 ml) de leche entera
  • 2 huevos, batidos
  • 50-60 g de azúcar
  • unas gotas de aroma de vainilla
  • 45 ml (3 cucharadas) de aceite de girasol
  • 20 g de harina
  • una pizca de levadura tipo royal (3/4 de “teaspoon”)
  • una pizca de sal (1/4 de “teaspoon”)
  • una cucharita de ralladura de limón
  • un buen puñado de arándanos
  • un buen puñado de grosellas (rojas)

*.- me he basado en esta receta que encontré en Internet (y que escogí de entre millones de recetas similares porque al igual que yo también utilizan en la receta una bandeja de muffins para moldear el pudding) y en un par de llamadas telefónicas a mi señora amatxo...

Cómo se hace:

Primeramente engrasamos una bandeja para hacer muffins con mantequilla y ponemos el horno a precalentar a 180 grados.


En un bol mezclamos el bizcocho desmigado con la leche. Dejamos reposar cinco minutos y añadimos el huevo batido, el azúcar, la vainilla y el aceite. Revolvemos bien el conjunto.





En otro bol pequeño mezclamos la harina con la levadura royal (=química=baking powder), la sal y la ralladura de limón. Añadimos esta mezcla a la de bizcocho y huevo y enriquecemos la masa con arándanos y grosellas.





Repartimos este revueltillo entre las cavidades de la bandeja de muffins con ayuda de una cuchara. Metemos la bandeja al horno y horneamos durante unos 25-30 minutillos (hasta que el famoso palillo o la aguja de rigor salgan limpios).




Desmoldar pasados unos minutillos y dejar que los puddings enfríen sobre una rejilla.

Buenísimo. El típico pudding de pan pero sin el toque navideño-invernal de canela-pasas-manzana... en esta variante con la acidez de las frutas del bosque me gusta bastante más que en su versión más clasicota... Lo único que dejo pendiente para la próxima vez es ajustar la cantidad de azúcar: creo que se podría reducir aún más sin problemas (¿20 gramos?) o incluso suprimir del todo (el bizcocho que utilicé era estilo “brazo gitano” y de por sí ya llevaba bastante azúcar).



De un día para otro, al enfriar, se contraen bastante aunque siguen igual de jugosos y ricos. No sabría deciros qué pasa a partir del tercer día. No duraron tanto.

*.- me vais a perdonar el anglicismo, pero opino que la palabra pudín/budín en español, así, acentuada en la “i”, queda horrorosa... yo me quedaría con “pÚdin”, y ya está, no obstante me temo que la RAE no lo ve igual (y sí, yo soy muy chula, pero no tanto como Bibiana, hombre), así que me tomo la libertad: pudding y se acabó...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Oro marrón... y cena con velitas para dos



La verdad es que el sábado sólo tenía previsto “limpiar y vegetar” hasta que volviera el señor K. de trabajar y “cenar y vegetar” en compañía tras su vuelta. Pero en algún momento entre a) recoger los cacharros de la cena del viernes y b) decidirme a limpiar el baño, me encontré a mí misma (lo que hace el escapismo o “con tal de no agarrar la fregona cualquier cosa”) liberando a uno de nuestros suecos candelabros de varias toneladas de cera que no le dejaban al pobre ni relucir ni respirar ni hacerse el guapo ni ná (ni recuerdo cuándo limpié los candelabros de esta casa por última vez, debe hacer meses, así estaba el pobrico, claro...) . Y ya puestos restregué y limpié también a su gemelo. Y después de haber perdido tanto tiempo de sábado de limpiezas en esos dos candelabros, pues ya decidí que había que darle al menos un sentido a tanto refrote, de perdidos al río y tal...



Cinco horas más tarde seguía sin haber limpiado el baño ni recogido el Everest de ropa que tenía tomada por asalto la butaca del dormitorio. Pero había puesto la mesa del salón para la cena ya con velas, flores y tó, tenía un improvisado helado de melocotón y fresas haciéndose en el congelador y 4 flanes mandarines cuajándose en el frigo y un estupendo caldo de pollo caserito recién hecho con el que ponerme a hacer salsa mole. ¡Ja! Para que luego digan que no quedan visionarios en este mundo. A mí me da una visión cualquiera y ¡zaca! lo dejo toíto tó tirado (sobre todo fregonas y estropajos) y me sumerjo en un frenético frenesí (“¿oye, y esta chica que escribe tan mal se licenció en periodismo?!”) hasta llevar dicha visión a (más o menos) buen puerto.

El resultado: La casa hecha un desmadre, el señor K. contento, yo todo un sábado la mar de entretenida y la cena antológica y más bien, ehm,... contundente. Flautas de pollo con salsa mole, arroz con pimiento, flan y helado de melocotón y fresa. Para beber, cerveza. Ni menús homogéneo-ortodoxos ni leches, gula pura y dura. ¿Quién dijo que las cenas con velitas para dos había que hacerlas con delicatessen?

Lo del helado os lo cuento otro día en otro momento (no tiene mucho secreto, recurrí a uno de esos pecaminosos inventos de técnico de alimentación que existen en el mercado), porque, francamente, de verdad de la buena, lo del mole os lo tengo que contar ya ahorita mismo. En dos palabras: Im presionante...

Mi primer roce con la comida mexicana fue gracias a mi hermano el Capitán, que allá por aquellos años de Maricastaña nos hacía unas apoteósicas flautas de pollo con mole con las que yo me he pasado los últimos 15 años soñando... Creo que la pasta que él utilizaba para la salsa mole era de la marca Doña María, al menos el tarro y el logotipo eran iguales o similares... En su día nunca me paré a pensar qué llevaría aquella dichosa salsa mole (aparte de los obvios ingredientes chocolate y chiles), sólo supe desde el primer segundo que me EN-CAN-TA-BA. Flechazo. Amor a primera vista. Cásate conmigo, hazme un par de nenes, no me dejes nunca nunca.

El único problema: Desde entonces, por mucho intentarlo, nunca he conseguido volver a comerme unas flautas de pollo como aquellas. Y no he visto en ningún lado los tarros de mole en pasta dichosos (aunque seguro que, milagros de internete, hoy en día se podrán comprar online con facilidad, digo yo). Frustración total. Hasta ahora nunca me había atrevido a recrear la salsa en casa, pero bueno, para todo hay una primera vez y para eso están las visiones, ¿no?

Ingredientes (para cuatro flautas):
  • 4 tortillas de maíz mexicanas de trigo
  • unos 220-250 g de pechuga de pollo, cocidos (para hacer caldo, ver abajo) y desmenuzados
  • 1 bote de crème fraîche
  • 1-2 tomates, cortados en dados
  • queso rallado que funda bien (edamer, tilsiter, emmental – algo así)
  • para el caldo de pollo, además: un puerro, 2 zanahorias, algo de apio (o colinabo), un manojo de perejil, una hoja de laurel, un diente de ajo, aceite de oliva y un chorreón de vino blanco, sal gorda, pimienta en grano

para la salsa mole:
  • entre 500 y 750 ml de caldo de pollo (casero, ver arriba)
  • 3 cucharadas (americanas, o sea de 15 ml c.u.) de aceite de oliva
  • 1 cebolla picada
  • 3 dientes de ajo picados
  • 1 cucharita (teaspoon americana) de orégano seco
  • 1 cucharita (ver línea anterior) de comino molido
  • ¼ cucharita (ver anteriores) de canela molida
  • 2 y ½ cucharadas (ver anteriores, de 15 ml.) de chilis secos picados (o en escamas)
  • 3 cucharadas (ver anteriores) de harina
  • una pizca de cilantro molido
  • un buen puñado de pasas
  • ½ cucharita (sí, todas las cucharas que nombro son medidas americanas) de semillas de anís
  • unos 50 g de almendras peladas
  • unos 50 g de cacahuetes pelados
  • entre ¾ y 1 vaso entero de tomate triturado
  • unos 80-90 g de chocolate amargo (que tenga alto contenido de cacao)
  • opcional: una pizca de clavo molido y 1-2 cucharadas de semillas de sésamo (yo no utilicé estos dos ingredientes porque no los tenía en casa)




Cómo se hace:

En primer lugar, se hace con el pollo, verduritas y demás aderezos un buen caldito. Una vez listo el caldo, se separa la carne y se desmenuza cuando haya enfriado en hebras finas. Se reserva para más tarde.



El caldo, una vez colado, se deja a mano. En un cazo grande, se ponen a pochar la cebolla y el ajo picados junto con el orégano, el comino y la canela. Tapamos y dejamos a fuego medio unos 10 minutillos removiendo de vez en cuando para que no se queme/pegue, hasta que la cebolla esté prácticamente tierna.

En ese momento añadimos los chilis secos picados y la harina y removemos bien todo el conjunto unos 3-4 minutos. Regamos con un poco de caldo y dejamos que vaya haciendo chof-chof un rato. Mientras tanto, en una sartén pequeña doramos aparte con dos gotinas de aceite las almendras y cacahuetes, con cuidado de que no se quemen. Una vez dorados, los echamos al cazo, añadiendo de ser necesario algo más de caldo. En la misma sartén vamos dorando asimismo un momento las semillas de anís, las pasas y el sésamo (si le vamos a poner) – cada cual por separado – y los añadimos paulatinamente al cazo con la salsita.

Echamos el resto del caldo al cazo (en total utilicé aprox. medio litro del caldo) y algo de tomate triturado y sazonamos con algo de cilantro molido y (si le vamos a echar) clavo molido. Dejamos que reduzca unos minutos más, bajándole el fuego si nos da la sensación de que hierve demasiado (en total, tuve el puchero, creo, unos 30-35 minutos sobre la llama).






Tras quitar del fuego la salsa, la trituramos con la batidora. Una vez hecho esto, se vuelve a poner al fuego (al mínimo) y se añade el chocolate previamente picado. Removemos bien hasta que el chocolate se disuelva. Si nos parece que la salsa está demasiado espesa/pastosa, se puede añadir algo más de caldo de pollo o tomate triturado (o ambos) para aligerar.

Para hacer las flautas, ponemos las tortillas de maíz primero unos 2-3 minutos a calentar en el horno a 200 grados.



Mezclamos la salsa con el pollo desmenuzado (¡ojo! sale salsa como para mínimo 8-10 flautas con estas cantidades... así que si vamos a hacer menos flautas, no utilizaremos toda la salsa – mis restos de salsa fueron de cabeza al congelador).

Tras sacar las tortillas del horno las vamos untando por la cara de arriba con algo de crème fraîche, sobre esta capa ponemos un cucharón generoso de la mezcla de pollo con mole y esparcimos un puñado de dados de tomate sobre la carne. Enrollamos cada tortilla así rellena y las vamos colocando en una fuente de horno. Cubrimos con abundante queso rallado y metemos al horno hasta que el queso esté derretido y algo dorado.



Para acompañar: Un arroz de grano largo cocido con el caldo de pollo restante y algo de tomate triturado y un pimiento rojo cortado en dados que añadí durante la cocción.



A la hora de comer las flautas, a mí personalmente me parece fundamental tener abundante crème fraîche en la mesa con la que ir untando los trozos que me llevo a la boca. ¡Me encanta la combinación de sabores junto con la salsa! Por un lado la acidez de la crema, por otro el picor mitad dulce-mitad amargo de la salsa.

Me quedé, después de la cena, como un crío con katiuskas amarillas nuevas para chapotear. Casi hasta lloro de la emoción, así de ricas me supieron estas flautas. PUH.



Que conste: No doy ninguna garantía de que este plato tenga pedigrí autóctono mexicano ni ná. Para la receta del mole he combinado dos que encontré en Internet (una en inglés y otra en alemán). Tanto el sabor como la consistencia han quedado tal y como los recordaba de aquel mole en pasta de mi brother – estoy encantadísima con el resultado. Y para mí eso es lo que cuenta: que esté rico y de mí gusto. Si algún experto molero o en cuestiones gastromexicanas nos lee y descubre alguna aberración grave en mi método de producción, que nos lo diga y santas pascuas.





He leído en algún foro en Internet, que la pasta una vez hecha se conserva siglos en el frigorífico en un túper sin necesidad de congelarla. Es muy probable, pero no doy garantías porque no lo he probado. Yo mis restos los he congelado – ya os contaré qué tal luego al reutilizarlos...

Y ahora os quiero a todos a sacar los pucheros y hacer mole como locos.

Y para cocinar os ponéis mi nueva canción favorita en modo looping:





Corrijo: Como bien apunta el Capitano en los comentarios, el plato fuerte del sábado no eran flautas sino burritos...

lunes, 13 de julio de 2009

Torres de verdura



Uhmm, aunque el verano por estos lares había comenzado con buen pie y estábamos teniendo una fantástica temporada 2009 de cenas en el balcón, en los últimos días nuestro vespertino ritual de picnics veraniegos ha tenido que mudarse provisionalmente de nuevo al salón (ha estado a ratos granizando, lloviendo, y/o tronando - bastante, además)...

Así que estoy otra vez con mono y con ganas de que se asiente ya esta montaña rusa meteorológica que nos ha aguado la fiesta (nunca mejor dicho) para poder continuar con mi particular serie de "citas en un balcón" y llevar a buen puerto el plan ese mío de tener este año un verano de 10 (porque puestos a "no tener", ni demasiado trabajo, ni vacaciones, ni esto ni lo otro ni lo de más allá, al menos el verano lo pienso disfrutar al máximo).

En todos estos años que llevo viviendo en Alemania, siempre me ha hecho muchísima gracia lo mucho que viven los alemanes sus balcones. Y qué curioso me resulta ahora lo poco que se utilizan en España en comparación... al menos los balcones patrios que yo conozco sirven sólo para almacenar cosas o como tenderero de ropa.

Y yo debo estar a estas alturas ya hecha una teutona de lujo, porque exprimo mi balcón todo lo que puedo. No es que nuestro balcón dé tampoco mucho de sí, pero lo suficiente: sus 2’5 metros cuadrados dan suficiente juego como para pasar en él unas tardes-noches fantásticas envueltos en perfume de geranios, con una cervecita helada en mano y la mejor compañía del mundo-mundial. Las cenas en esta casa, en verano, se sirven en el balcón (hemos llegado a estar cuatro comensales arrechuchaditos en torno a la mesa). En el balcón jugamos al Trivial, leemos el periódico, espiamos a los vecinos (uno de nuestros pasatiempos preferidos) y nos jartamos de hablar, de tomar la fresca (cuando “haberla hayla”), de comer helado mirando a las estrellas y de escuchar como nuestro vecinito de abajo toca “Comptine d'un autre été“ de Yann Tiersen una y otra vez (lo cual a mí me encanta sobre todo porque la toca muy bien además el chaval)...

Con semejante panorama, y con el buen tiempito que ha estado haciendo, el menú anda últimamente ligerito: ensaladas de todos los tipos y colores, tartaletas de verdura y queso, terrinas de pescado, macedonias, cantidades ingentes de cerveza Beck’s (que es la que en el 95% de las ocasiones se bebe en esta santa casa) y toneladas de flan chino Mandarín (jijiji, desde que he descubierto en Berlín un súper donde lo venden estoy inmersa en un frenético revival de los ochenta!!)...

Aunque la cena del jueves, para ser sincera, fue pura y dura improvisación para quitar restos del frigorífico: Berenjena y calabacín, acompañados de dos básicos de despensa (patata y queso mozzarella). Apiladitos todos ellos tan formales y bien ensalsaos y con una ensaladita para completar – no me negaréis, que más veraniego imposible, ¿no?

Ingredientes (para dos):
  • una berenjena chiquitina
  • un calabacín pequeño
  • una bola de mozzarella (125 g)
  • algo de jamón serrano
  • 2 patatas medianas
  • 2 dientes de ajo pequeños
  • un par de hojas de albahaca
  • aceite de oliva
  • sal
  • pimienta
  • romero molido
  • un par de cucharadas de concentrado de tomate
  • medio vasito de caldo de pollo
  • un chorrito de nata líquida
  • un chorrito de vino blanco


Cómo se hace:

He cortado las patatas (peladas), la berenjena y el calabacín y el queso en rodajas finas.

Las patatas las he frito, hasta que estuvieron doradas y crujientes, en una sartén con poco aceite, ajo machacado y un golpe generoso de romero molido.

Para la berenjena y el calabacín utilicé la plancha eléctrica con un par de gotitas de aceite y los hice por ambos lados hasta que estuvieron dorados.

La salsa es una salsa "de socorro" al cien por cien: He mezclado en una cacerola un buen chorretón de concentrado de tomate, que suelo tener para emergencias, con medio vasito de caldo de pollo, algo de vino blanco seco y un chorrito de nata líquida y lo he puesto a fuego medio hasta que ha espesado un poquito. En el último momento he salpimentado y añadido algo de albahaca picada.

En una fuente de hornear he ido formando torres alternando rodajas de berenjena, calabacín, patata y mozzarella. En la mitad de las torres he puesto unas lascas de jamón serrano (poco curado), para rematar una última rodaja de patata y una hojita de albahaca.

He metido la fuente al horno a 200 grados hasta que el queso se ha fundido algo.

A la hora de servir he colocado las torres sobre una cama de salsa... y luego me las he zampado en un pispás mientras me bebía mi cervecita de rigor y me comía un buen plato de ensalada.

Después de todo esto, he cogido un pedazo de pan y he untado la salsa de tomate de mi plato y del plato de mi marío. Ea. Y me he quedao como una reina.

Os dejo con la banda sonora de mi comienzo de verano...




... y ahora todos a cruzar los dedos para que el tiempo vuelva a ser bueno con nosotros: