miércoles, 9 de septiembre de 2009

¡Que coman pastel!



¿Qué haríais vosotros un domingo por la tarde con los restos de un bizcocho? Pues, sí, claro: ¡un pudding* de pan al más puro estilo mariantoniano – sin pan pero con pastel!

Sigo súper repostera, y no es que sea yo muy “dulcera” la verdad, no lo he sido nunca. Ante la opción chocolate o salami (o solomillo), siempre-siempre-siempre escogería el salami. O el solomillo. Lo que sea, mientras sea carne. Sangrante y casi cruda. Punto. Creo que en alguna esquinilla recóndita de mi cuerpecillo, en lo más profundo de mí, soy un hombre - me gustan el fútbol y la fórmula 1, me encantan la cerveza y las pelis tontas de acción y soy una fiera del bricolaje y, señor camarero, mi carne por favor que muja... PERO, y ahora llegamos al quid de la cuestión, que no cunda el pánico: para compensar ciertas carencias de mi personalidad (sobre todo las relacionadas con el amor incondicional al dulce) tengo al señor K., quien, como todo guapo teutón que se precie, es un gran devorador de pasteles y helados y chocolates y cosas de ese tipo.

Así que los domingos, delantal a la cintura y cámara en mano, la solemos liar parda. Dos reposteros dicharacheros - como Starsky y Hutch pero con paquetes de azúcar y harina en lugar de pistolas.

El resultado de este fin de semana: Unas 300 fotos (sí, trescientas, qué brutos), unas mini tartitas con relleno de frambuesas y chocolate blanco y glaseado de café y nutella (que salieron monstruosas, ya os las enseñaré otro día) y una bandeja de puddings “mini” con frutas del bosque (que salieron magníficos).



Ingredientes (sale una bandeja de 12 muffins):
  • bizcocho desmigado (aprox. 3 tazas)
  • una taza (240 ml) de leche entera
  • 2 huevos, batidos
  • 50-60 g de azúcar
  • unas gotas de aroma de vainilla
  • 45 ml (3 cucharadas) de aceite de girasol
  • 20 g de harina
  • una pizca de levadura tipo royal (3/4 de “teaspoon”)
  • una pizca de sal (1/4 de “teaspoon”)
  • una cucharita de ralladura de limón
  • un buen puñado de arándanos
  • un buen puñado de grosellas (rojas)

*.- me he basado en esta receta que encontré en Internet (y que escogí de entre millones de recetas similares porque al igual que yo también utilizan en la receta una bandeja de muffins para moldear el pudding) y en un par de llamadas telefónicas a mi señora amatxo...

Cómo se hace:

Primeramente engrasamos una bandeja para hacer muffins con mantequilla y ponemos el horno a precalentar a 180 grados.


En un bol mezclamos el bizcocho desmigado con la leche. Dejamos reposar cinco minutos y añadimos el huevo batido, el azúcar, la vainilla y el aceite. Revolvemos bien el conjunto.





En otro bol pequeño mezclamos la harina con la levadura royal (=química=baking powder), la sal y la ralladura de limón. Añadimos esta mezcla a la de bizcocho y huevo y enriquecemos la masa con arándanos y grosellas.





Repartimos este revueltillo entre las cavidades de la bandeja de muffins con ayuda de una cuchara. Metemos la bandeja al horno y horneamos durante unos 25-30 minutillos (hasta que el famoso palillo o la aguja de rigor salgan limpios).




Desmoldar pasados unos minutillos y dejar que los puddings enfríen sobre una rejilla.

Buenísimo. El típico pudding de pan pero sin el toque navideño-invernal de canela-pasas-manzana... en esta variante con la acidez de las frutas del bosque me gusta bastante más que en su versión más clasicota... Lo único que dejo pendiente para la próxima vez es ajustar la cantidad de azúcar: creo que se podría reducir aún más sin problemas (¿20 gramos?) o incluso suprimir del todo (el bizcocho que utilicé era estilo “brazo gitano” y de por sí ya llevaba bastante azúcar).



De un día para otro, al enfriar, se contraen bastante aunque siguen igual de jugosos y ricos. No sabría deciros qué pasa a partir del tercer día. No duraron tanto.

*.- me vais a perdonar el anglicismo, pero opino que la palabra pudín/budín en español, así, acentuada en la “i”, queda horrorosa... yo me quedaría con “pÚdin”, y ya está, no obstante me temo que la RAE no lo ve igual (y sí, yo soy muy chula, pero no tanto como Bibiana, hombre), así que me tomo la libertad: pudding y se acabó...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Oro marrón... y cena con velitas para dos



La verdad es que el sábado sólo tenía previsto “limpiar y vegetar” hasta que volviera el señor K. de trabajar y “cenar y vegetar” en compañía tras su vuelta. Pero en algún momento entre a) recoger los cacharros de la cena del viernes y b) decidirme a limpiar el baño, me encontré a mí misma (lo que hace el escapismo o “con tal de no agarrar la fregona cualquier cosa”) liberando a uno de nuestros suecos candelabros de varias toneladas de cera que no le dejaban al pobre ni relucir ni respirar ni hacerse el guapo ni ná (ni recuerdo cuándo limpié los candelabros de esta casa por última vez, debe hacer meses, así estaba el pobrico, claro...) . Y ya puestos restregué y limpié también a su gemelo. Y después de haber perdido tanto tiempo de sábado de limpiezas en esos dos candelabros, pues ya decidí que había que darle al menos un sentido a tanto refrote, de perdidos al río y tal...



Cinco horas más tarde seguía sin haber limpiado el baño ni recogido el Everest de ropa que tenía tomada por asalto la butaca del dormitorio. Pero había puesto la mesa del salón para la cena ya con velas, flores y tó, tenía un improvisado helado de melocotón y fresas haciéndose en el congelador y 4 flanes mandarines cuajándose en el frigo y un estupendo caldo de pollo caserito recién hecho con el que ponerme a hacer salsa mole. ¡Ja! Para que luego digan que no quedan visionarios en este mundo. A mí me da una visión cualquiera y ¡zaca! lo dejo toíto tó tirado (sobre todo fregonas y estropajos) y me sumerjo en un frenético frenesí (“¿oye, y esta chica que escribe tan mal se licenció en periodismo?!”) hasta llevar dicha visión a (más o menos) buen puerto.

El resultado: La casa hecha un desmadre, el señor K. contento, yo todo un sábado la mar de entretenida y la cena antológica y más bien, ehm,... contundente. Flautas de pollo con salsa mole, arroz con pimiento, flan y helado de melocotón y fresa. Para beber, cerveza. Ni menús homogéneo-ortodoxos ni leches, gula pura y dura. ¿Quién dijo que las cenas con velitas para dos había que hacerlas con delicatessen?

Lo del helado os lo cuento otro día en otro momento (no tiene mucho secreto, recurrí a uno de esos pecaminosos inventos de técnico de alimentación que existen en el mercado), porque, francamente, de verdad de la buena, lo del mole os lo tengo que contar ya ahorita mismo. En dos palabras: Im presionante...

Mi primer roce con la comida mexicana fue gracias a mi hermano el Capitán, que allá por aquellos años de Maricastaña nos hacía unas apoteósicas flautas de pollo con mole con las que yo me he pasado los últimos 15 años soñando... Creo que la pasta que él utilizaba para la salsa mole era de la marca Doña María, al menos el tarro y el logotipo eran iguales o similares... En su día nunca me paré a pensar qué llevaría aquella dichosa salsa mole (aparte de los obvios ingredientes chocolate y chiles), sólo supe desde el primer segundo que me EN-CAN-TA-BA. Flechazo. Amor a primera vista. Cásate conmigo, hazme un par de nenes, no me dejes nunca nunca.

El único problema: Desde entonces, por mucho intentarlo, nunca he conseguido volver a comerme unas flautas de pollo como aquellas. Y no he visto en ningún lado los tarros de mole en pasta dichosos (aunque seguro que, milagros de internete, hoy en día se podrán comprar online con facilidad, digo yo). Frustración total. Hasta ahora nunca me había atrevido a recrear la salsa en casa, pero bueno, para todo hay una primera vez y para eso están las visiones, ¿no?

Ingredientes (para cuatro flautas):
  • 4 tortillas de maíz mexicanas de trigo
  • unos 220-250 g de pechuga de pollo, cocidos (para hacer caldo, ver abajo) y desmenuzados
  • 1 bote de crème fraîche
  • 1-2 tomates, cortados en dados
  • queso rallado que funda bien (edamer, tilsiter, emmental – algo así)
  • para el caldo de pollo, además: un puerro, 2 zanahorias, algo de apio (o colinabo), un manojo de perejil, una hoja de laurel, un diente de ajo, aceite de oliva y un chorreón de vino blanco, sal gorda, pimienta en grano

para la salsa mole:
  • entre 500 y 750 ml de caldo de pollo (casero, ver arriba)
  • 3 cucharadas (americanas, o sea de 15 ml c.u.) de aceite de oliva
  • 1 cebolla picada
  • 3 dientes de ajo picados
  • 1 cucharita (teaspoon americana) de orégano seco
  • 1 cucharita (ver línea anterior) de comino molido
  • ¼ cucharita (ver anteriores) de canela molida
  • 2 y ½ cucharadas (ver anteriores, de 15 ml.) de chilis secos picados (o en escamas)
  • 3 cucharadas (ver anteriores) de harina
  • una pizca de cilantro molido
  • un buen puñado de pasas
  • ½ cucharita (sí, todas las cucharas que nombro son medidas americanas) de semillas de anís
  • unos 50 g de almendras peladas
  • unos 50 g de cacahuetes pelados
  • entre ¾ y 1 vaso entero de tomate triturado
  • unos 80-90 g de chocolate amargo (que tenga alto contenido de cacao)
  • opcional: una pizca de clavo molido y 1-2 cucharadas de semillas de sésamo (yo no utilicé estos dos ingredientes porque no los tenía en casa)




Cómo se hace:

En primer lugar, se hace con el pollo, verduritas y demás aderezos un buen caldito. Una vez listo el caldo, se separa la carne y se desmenuza cuando haya enfriado en hebras finas. Se reserva para más tarde.



El caldo, una vez colado, se deja a mano. En un cazo grande, se ponen a pochar la cebolla y el ajo picados junto con el orégano, el comino y la canela. Tapamos y dejamos a fuego medio unos 10 minutillos removiendo de vez en cuando para que no se queme/pegue, hasta que la cebolla esté prácticamente tierna.

En ese momento añadimos los chilis secos picados y la harina y removemos bien todo el conjunto unos 3-4 minutos. Regamos con un poco de caldo y dejamos que vaya haciendo chof-chof un rato. Mientras tanto, en una sartén pequeña doramos aparte con dos gotinas de aceite las almendras y cacahuetes, con cuidado de que no se quemen. Una vez dorados, los echamos al cazo, añadiendo de ser necesario algo más de caldo. En la misma sartén vamos dorando asimismo un momento las semillas de anís, las pasas y el sésamo (si le vamos a poner) – cada cual por separado – y los añadimos paulatinamente al cazo con la salsita.

Echamos el resto del caldo al cazo (en total utilicé aprox. medio litro del caldo) y algo de tomate triturado y sazonamos con algo de cilantro molido y (si le vamos a echar) clavo molido. Dejamos que reduzca unos minutos más, bajándole el fuego si nos da la sensación de que hierve demasiado (en total, tuve el puchero, creo, unos 30-35 minutos sobre la llama).






Tras quitar del fuego la salsa, la trituramos con la batidora. Una vez hecho esto, se vuelve a poner al fuego (al mínimo) y se añade el chocolate previamente picado. Removemos bien hasta que el chocolate se disuelva. Si nos parece que la salsa está demasiado espesa/pastosa, se puede añadir algo más de caldo de pollo o tomate triturado (o ambos) para aligerar.

Para hacer las flautas, ponemos las tortillas de maíz primero unos 2-3 minutos a calentar en el horno a 200 grados.



Mezclamos la salsa con el pollo desmenuzado (¡ojo! sale salsa como para mínimo 8-10 flautas con estas cantidades... así que si vamos a hacer menos flautas, no utilizaremos toda la salsa – mis restos de salsa fueron de cabeza al congelador).

Tras sacar las tortillas del horno las vamos untando por la cara de arriba con algo de crème fraîche, sobre esta capa ponemos un cucharón generoso de la mezcla de pollo con mole y esparcimos un puñado de dados de tomate sobre la carne. Enrollamos cada tortilla así rellena y las vamos colocando en una fuente de horno. Cubrimos con abundante queso rallado y metemos al horno hasta que el queso esté derretido y algo dorado.



Para acompañar: Un arroz de grano largo cocido con el caldo de pollo restante y algo de tomate triturado y un pimiento rojo cortado en dados que añadí durante la cocción.



A la hora de comer las flautas, a mí personalmente me parece fundamental tener abundante crème fraîche en la mesa con la que ir untando los trozos que me llevo a la boca. ¡Me encanta la combinación de sabores junto con la salsa! Por un lado la acidez de la crema, por otro el picor mitad dulce-mitad amargo de la salsa.

Me quedé, después de la cena, como un crío con katiuskas amarillas nuevas para chapotear. Casi hasta lloro de la emoción, así de ricas me supieron estas flautas. PUH.



Que conste: No doy ninguna garantía de que este plato tenga pedigrí autóctono mexicano ni ná. Para la receta del mole he combinado dos que encontré en Internet (una en inglés y otra en alemán). Tanto el sabor como la consistencia han quedado tal y como los recordaba de aquel mole en pasta de mi brother – estoy encantadísima con el resultado. Y para mí eso es lo que cuenta: que esté rico y de mí gusto. Si algún experto molero o en cuestiones gastromexicanas nos lee y descubre alguna aberración grave en mi método de producción, que nos lo diga y santas pascuas.





He leído en algún foro en Internet, que la pasta una vez hecha se conserva siglos en el frigorífico en un túper sin necesidad de congelarla. Es muy probable, pero no doy garantías porque no lo he probado. Yo mis restos los he congelado – ya os contaré qué tal luego al reutilizarlos...

Y ahora os quiero a todos a sacar los pucheros y hacer mole como locos.

Y para cocinar os ponéis mi nueva canción favorita en modo looping:





Corrijo: Como bien apunta el Capitano en los comentarios, el plato fuerte del sábado no eran flautas sino burritos...