lunes, 30 de marzo de 2009

Risotto de espárrago verde


A estas alturas igual os habréis dado ya cuenta de que nos encanta el arroz... Caldoso, como risotto, estilo fricasé, integral, etc. - ¡sencillamente nos encanta! Además, como ya he comentado en alguna otra ocasión, en esta casa se come "de plato único" e incorporar arroz a muchos platos es una buena solución para hacer las comidas así "más completas".

Esta receta de risotto con espárragos verdes es otra de las que el señor K. y esta servidora adoptamos durante nuestra época disociada. Somos unos espárrago-fanáticos, en serio. Se hace muy rápido, es una cena sanota-sanota y está riquísimo... ¿Quién da más?

Os pongo directamente la receta y me largo de aquí inmediatamente: Porque es lunes y estoy a-g-o-t-a-d-a ya que no he tenido fin de semana (con un albañil tanto sábado como domingo en casa a martillazos), porque se supone que debería estar trabajando (aunque tengo la cabeza de lo más... "dispersa"), porque la casa tiene una capa de polvo de unos diez centímetros de espesor (tras diez días de obras), porque debería tener el pasillo recién empapelado y en lugar de eso lo tengo, desde ayer, con el muro al descubierto y unas dos toneladas de restos de pared esparcidas por el suelo (ni me preguntéis, es largo de contar) y porque mi madre y mi hermana aterrizan aquí el viernes y lo que hasta hace un par de días era un piso acogedor se parece ahora, con cada día que pasa, un poco más al infierno (infierno, el - pl. infiernos: dícese del sitio en el que no es posible recibir visitas de ningún tipo, mucho menos las maternales...)...

Además tengo que hornear unos cuantos panes para mis vecinos antes de que se me suban a la “txepa”, con razón, por no impedir que el loco de mi albañil (que por cierto tiene 65 años y un expediente coronario bastante considerable) pique en plan espontáneo la mitad de mi pasillo un domingo a las nueve de la mañana... 8-0

Ingredientes:
  • 200 g de arroz arborio
  • caldo de verdura (entre 500 y 700 ml. aprox.)
  • 500 g de espárragos verdes
  • algo de vino blanco seco
  • 50 g de queso tipo gouda o similar
  • 2 cebolletas (o una chalota pequeña)
  • aceite de oliva
  • pimienta del molinillo
  • sal
  • azúcar
  • opcional: hierbas al gusto; parmesano (o grana padano) rallado

Cómo se hace:

Cortamos la base dura de los espárragos (unos 3-4 cm.) y desechamos. Cortamos los espárragos en trocitos uniformes de unos 3 centímetros de largo y los cocemos en agua con sal y una pizca de azúcar durante unos 12-15 minutillos.

Entretanto picamos la cebolla/cebolleta y la ponemos en una cazuela con aceite de oliva caliente para que vaya haciéndose (le podemos echar una pizquilla de sal para que sude mejor y se haga sin dorarse), añadimos el arroz hasta que se ponga transparente, removiendo de cuando en cuando y sin que tome color. Una vez esté el arroz transparente lo regamos con algo de vino blanco (un vasito chiquitín) y removemos hasta que se evapore.

A partir de ahora vamos añadiendo el caldo (que debe estar caliente para no interrumpirle la cocción al arroz) en cazos, esperando a que el arroz absorba bien el líquido antes de añadirle más y removiendo a menudo.

Poco antes de que el arroz esté listo (o sea tras unos 15 min. más o menos) añadimos los espárragos escurridos y unos 50 gramos de queso tipo gouda o similar (picado muy fino para que derrita bien) y le echamos al conjunto un par de golpes de pimienta de molinillo. Opcionalmente se pueden añadir asimismo hierbas al gusto. Removemos bien para incorporar los espárragos y facilitar que el queso se derrita.

Quitamos la cazuela del fuego y dejamos reposar un momentín con la tapa puesta. A la hora de servir se puede espolvorear de perejil picado y si somos queso-adictos, con algo de parmesano o grana padano rallados.

Hala, ¡que aproveche!

miércoles, 25 de marzo de 2009

Cremita de acelga y granizo primaveral


Ayer a media mañana se puso a granizar... o a nevar, una de dos. Muy segura no estoy de qué era aquello. Pasó enseguida, pero a mí semejante ramalazo tipo “fin del mundo” (lo digo porque la calle pareció, por unos momentos, sacada de “El día de mañana”) me dejó el cuerpo y la moral (oye, ¿no estábamos ya en primavera?) con unas ganas tremendas de sopita: reconfortante, saciante, caliente y rica-riquísima.

El lunes por la noche había hecho caldo “del de toda la vida”, con mucho fundamento cárnico-verdulero, pero la mitad del mismo se lo había llevado el señor K. a la ofi en su termo y el resto me lo había pimpado yo en una pausa del trabajo casi al completo. Así que tocaba improvisar otra sopa para la cena. Un vistazo a frigo y despensa me solucionó el tema.

El resultado fue esta crema de acelga y patata con taquitos de jamón y crème fraîche que nos supo a ambos como el big-bang de las sopas: ¡Zackabum! Mira que me gustan la sopa y la acelga, qué barbaridad. Y la combinación de ambas ya ni os cuento... ¡Ostras! Y es que esta crema además estaba de vicio...

Ingredientes:

  • un puñado de patatas
  • aprox. media acelga (era de tamaño hermoso), tanto pencas como parte verde
  • una taza de caldo (eran los restos del lunes: con pollo y verduritas)
  • 1 diente de ajo
  • 1 cebolleta fresca
  • agua
  • algo de romero molido
  • una pizca de tomillo
  • aceite de oliva
  • un chorrito de nata líquida
  • jamón en tacos pequeñines
  • un vaso de crème fraîche
  • sal
Cómo se hace:

Ayer no me fijé en las cantidades que fui utilizando, hice todo sobre la marcha y a ojo... ejem...

Pelamos las patatas y las cortamos en dados. Limpiamos la acelga y la cortamos igualmente (las pencas en trozos, las hojas en tiras). Picamos un ajo y la cebolleta y los pochamos un momento en una cazuela con aceite de oliva sin que cojan color. Añadimos la patata y la verdura y removemos bien. Vertimos la taza de caldo de pollo y rellenamos con agua hasta cubrir las verduras.

Especiamos con algo de romero y tomillo y dejamos que eche a hervir. Una vez hierva reducimos el fuego (a media llama) y dejamos que se vaya cociendo (tras aprox. 15-20 minutos estará la verdura cocida). Quitamos del fuego y añadimos un chorrito de nata líquida antes de pasarlo todos por la batidora hasta que quede una crema fina. Probamos la crema porque puede que haya que rectificarle el punto de sal (como el caldo era sustancioso yo preferí ponerle la sal al conjunto al final del todo... y apenas le tuve que echar un pellizquito...). Reservamos un momento con la tapa puesta. Entretanto pasamos por la sartén unos taquitos de jamón con un par de gotas de aceite.

A la hora de servir ponemos una o dos cucharadas generosas de crème fraîche en el plato, lo rellenamos con la crema y espolvoreamos con tacos de jamón. Para coronar un chorrito de aceite de oliva crudo (del bueno) y toneladas de vuestro pan favorito para untar bien a mano...

Fenomenal.

martes, 17 de marzo de 2009

Solomillo rojiblanco

La pizarra magnética del pasillo en esta santa casa está últimamente llena de bonos-regalo de no-sé-qué y bonos-descuento de no-sé-dónde... Hasta dos entradas gratis para el fútbol tuve hace poco para un partido al que nosotros no podíamos ir y ahí me estuve, tocándole el timbre a medio vecindario a ver si alguien las quería. Y ni por esas. Ahora tengo entre mis vecinos fama de súper-simpática („uy, me quería regalar entradas para el fútbol“) y sé que todos ellos son cero-futboleros. Vaya panda más rarita.

Bueno y ahí siguen, las entradas del fútbol, digo, porque aunque el partido ya pasó, casi hasta penita me da tirarlas... Qué tontada, ¿no?

El caso es que el otro día caí en la cuenta de que tengo bonos para la carnicería del súper a tutiplé. Cada bono por un valor de 5 euros. Ahí, en mi pasillo cogiendo polvo. Parece mentira con lo carnívora compulsiva que soy yo además. Ah, no, pues no puede ser. Así que tan pichi que me fuí el sábado en un arrebato a la carnicería y canjeé parte de esos bonos por medio kilo de solomillo de ternera. Vamos, sólo faltaba.

Y la verdad es que pensaba haber puesto ese solomillo el domingo de cena-lujo-total. Pero el domingo nos invitaron unos amigos a tomar un café y al final llegamos tan tarde a casa que ni por asomo me pongo yo a esas horas a hornear solomillo y hacer puré de esto y de lo otro y salsa de lo de más allá.

Oye, ¡pues el lunes! No se me vaya a poner si no mala la carne, que por mucho que me haya salido gratis ya me jodería... Y ya puestos hago un experimento que me andaba rondando la cabeza desde hace algún tiempo...

Ingredientes (para dos, aunque sobró puré de ambas clases):

para el puré de alubias:
  • un puñado de alubias negras o rojas
  • una pera
  • agua
  • un chorretón de aceite de oliva
  • una cebolla pequeña
  • sal

para el puré de patata y raíz de perejil:

  • 200 g de raíz de perejil
  • 250 g de patata
  • 250 ml de caldo de pollo
  • 150 ml de nata líquida
  • un par de nueces de mantequilla
  • nuez moscada
  • sal

para el solomillo:

  • 250 g de solomillo de ternera (estoy segura de que con conejo/cerdo/caza/lo-que-sea saldrá igual de rico)
  • un puñado de granos de pimienta machacaos
  • el zumo de media naranja
  • 1 cucharita de postre de miel
  • hierbas variadas al gusto (romero, salvia, tomillo...)
  • opcional: algo de tocino en dados y pan del día anterior en dados para hacer unos picatostes (y tal vez algo verde como perejil o albahaca o así)...

Cómo se hace:

Ponemos las alubias en remojo en agua la noche anterior. Antes de cocerlas, cambiamos el agua y añadimos una cebolla cortada en pedazos toscos y una pera pelada e igualmente troceada, así como un chorretón de aceite de oliva. La razón por la que le puse pera a las alubias es que quería darles una nota un poquito más dulzona para que contrastaran mejor con el otro puré que acompañaba a la carne. Las alubias tardan en cocerse entre hora y media y dos horas. Pasado este tiempo las pasamos por la batidora hasta obtener un puré y añadimos sal. Reservamos.

El puré blanco lo he hecho a base de patata y raíz de perejil, basándome en una receta del libro alemán “Fingerfood y Vorspeisen” (Editorial GU, “Brigitte Kochbuch Edition”). En la receta original no lleva patata, pero he de reconocer que la raíz de perejil es aún un ingrediente bastante nuevo para mí y no estaba segura de que nos gustaría. Así que la patata ha sido nuestra red de seguridad.

Puse en un cazo el caldo con la nata a calentar, cuando empezó a hervir añadí la patata y la raíz de perejil (ambos ingredientes pelados y cortados en dados) y lo cocí todo unos 15 minutos a fuego medio. Después de la cocción lo pasé igualmente por la batidora hasta que tuve un puré fino y añadí un par de nueces de mantequilla al conjunto así como sal y nuez moscada.

La carne la hice como el día de San Valentín: En un improvisado paquetito hecho de papel de hornear puse la carne cortada en cilindros y pincelada con una mezcla de zumo de naranja, toneladas de granos de pimienta machacados, una cucharita de miel y hierbas varias. Eché el resto de dicha mezcla por encima, añadí un par de nuececillas de mantequilla y “cerré” el paquete con ayuda de un par de palillos. De esta guisa metí el solomillo en el horno precalentado a 200 grados y lo tuve hasta que mi termómetro de asados me marcó los 63 grados que yo quería para mi carne sangrante. Tardó unos 15 minutos en hacerse, creo, o algo menos porque eran pedazos chiquitines, no me anoté el tiempo que estuvo en el horno, vaya...

Tenía previsto hacer unos picatostes para acompañarlo todo, hechos en la sartén con algo de bacon o así... pero luego al final me dio pereza y lo descarté. Aunque creo que es una pena, porque poniendo una capa de picatostes con bacon entre las capas de puré y la carne, este plato habría sido ya la recaraba. La próxima vez, más y mejor.

Otra cosa que tenía pensado hacer y al final ayer no hice (por puro despiste) era añadirle algo de jengibre rallado al puré blanco. Quería que el contraste de sabores se notara, entre el dulzor de alubia+pera y la nota “aromáticopicante” de la raíz de perejil con jengibre... Pero en definitiva no echamos en falta el jengibre en absoluto: El puré de raíz de perejil nos ha EN-CAN-TA-DO así tal cual estaba. Fue desde luego el descubrimiento de la noche. Además la raíz le dio al puré un toque lo suficientemente aromático. Fabuloso.


Lo servimos haciendo capas con ayuda de unos aros de emplatar: Abajo el puré alubia, sobre éste el puré blanco (que me quedó casi un pelín demasié líquido), sobre él la carne cortada en lascas y alrededor de todo ello el caldo de asar la carne como salsa... Y con una ensalada para rematar la faena.

¡Uff, qué rico, señores! Impresionante.

Aunque tiene potencial de mejoras múltiples: Con picatostes crujientes seguro que está mejor. Además, no estoy segura de haber acertado con la cantidad de pera – al puré de alubias no se le notaba su dulzor apenas y creo que algo más de pera no le hubiera ido mal. Y el “puré blanco” la próxima vez podría tener un poquito más de consistencia.

Pero coño, qué rico, señores... uy uy uy uy uy...

jueves, 12 de marzo de 2009

Königsberger Klopse


A la hora de pensar en la cocina alemana el 90% de los encuestados a nivel internacional dirían que consiste en salchichas, más salchichas y chucrut. Y para de contar... Pues no. La gastronomía teutona tiene bastante más que ofrecer que salchichas y chucrut.

Un plato típico alemán que a mí me encanta son los "Königsberger Klopse": O sea los Klopse de Königsberg. ¿Qué son Klopse? Pues, en realidad, albóndigas. Solo que a diferencia de las albóndigas españolas, los Klopse alemanes no se fríen sino que se cuecen en caldo hirviendo hasta que estén hechos.

¿Y eso de Königsberg? Königsberg era la capital de Prusia Oriental, la zona de la que es originario este plato. Prusia Oriental, zona situada en el Mar Báltico, fue parte del territorio alemán (en parte como provincia del Reino de Prusia antes de existir Alemania como tal, luego del Imperio Alemán, etc...) durante mucho tiempo y hasta el fin de la 2ª Guerra Mundial. Hoy la ciudad de Königsberg pertenece a Rusia (la región está aislada del resto del territorio ruso, enmarcada por Lituania y Polonia) y se llama Kaliningrado.

Pero los Klopse siguen siendo de Königsberg y siguen estando como para chuparse los dedos...

Hace un par de días el señor K. me dijo que tenía antojo de comer Königsberger Klopse, y yo, que soy una mujercita ejemplar, le prometí hacérselos. Y, como me pasa en muchas ocasiones cuando al señor K. le entran antojos de comida típica de su infancia, luego caí en la cuenta de que nunca había cocinado este plato. Sólo lo conocía de haberlo tomado en restaurantes... Y nunca me había parado a pensarlo.

Así que nada, a arremangarse, a indagar y a cocinar me dije. Fantástica elección la del señor de esta casa: Así he tenido oportunidad de estrenar el fabuloso libro de cocina que el caballero me regaló por San Valentín (sí, a otras el maromo les regala flores, a mí, el señor K. me regala libros de cocina - qué bien entrenado que lo tengo, ¡yippie...!).

El libro en cuestión se llama "Das Kochgesetzbuch" (traducción muy libre: "El libro de las leyes de la cocina") y es del cocinero alemán Christian Rach (17 puntos de Gault-Millau y una estrella Michelín), un tipo que me cae muy simpático. Y va de eso, de reglas básicas de cocina, ilustradas con las correspondientes recetas. Aprende una unas cosas la mar de interesantes leyéndoselo y la lista de recetas que quiero probar de sus páginas es ya inmensa...

He comenzado pues con los Königsberger Klopse.

Ingredientes (he hecho la mitad que el señor Rach en el libro):

... para los Klopse:

  • 50 g de pan seco (del día anterior)
  • 100 ml de leche
  • media chalota (que yo reemplacé por dos cebolletas)
  • la mitad de un diente de ajo pequeñín
  • 15 g da mantequilla
  • 10 g de alcaparras
  • 2 sardinillas chicas (las mías de lata)
  • 1 huevo
  • 400 g de picadillo (mitad cerdo, mitad ternera)
  • sal y pimienta
  • 1 litro de caldo de ave potente

... para la salsa:

  • 30 g de mantequilla
  • 30 g de harina
  • 50 ml de vino blanco
  • 100 ml de nata líquida
  • media cucharita de mostaza
  • zumo de limón (aprox. un cuarto de limón: o sea un par de cucharadas)
  • sal y pimienta
  • 2 cucharadas de alcaparras (de las pequeñinas: “nonpareilles” o “surfines”)
  • 2 cucharadas de nata montada
  • 2 cucharadas de cebollino picadito

Nota: Según el libro las cantidades de la receta (el doble que las mías, menos en el caso del huevo - la receta usa uno entero y yo he utilizado también uno entero porque es complicadillo usar medio huevo...) dan como para 20-25 Klopse. A mí con la mitad me salieron 14 de buen tamaño...


Cómo se hace:

Ponemos el pan en rebanadas finitas en remojo con la leche bien caliente (casi hirviente). Picamos la cebolla y el ajo y los hacemos, sin que lleguen a dorarse, en una sartén pequeña en la que habremos puesto la mantequilla a calentar. Pasamos el contenido de la sartén a un bol y añadimos las alcaparras y las sardinillas, ambos ingredientes picados lo más finos posible.

Escurrimos el pan remojado bien con las manos y lo añadimos al bol junto con el huevo y la carne picada. Mezclamos bien todo hasta que tengamos una masa homogénea y salpimentamos.

Con las manos algo humedecidas vamos formando con la masa bolitas de unos 40 g (más o menos del tamaño clásico de una albóndiga) y las vamos reservando sobre una bandeja forrada con papel de horno.

En una cazuela, ponemos el caldo de ave (el mío hecho a base de caldo de pollo granulado) al fuego. Cuando hierva, bajamos el fuego al mínimo y echamos los Klopse (con los 14 que salieron yo los cocí en dos tandas, mitad y mitad). Tardan unos 15-20 minutos en hacerse. Cuando están listos, se retiran con cuidado de la cazuela y se reservan tapados con film transparente.

Para la salsa ponemos la mantequilla a derretir en una cazuela, añadimos la harina y removemos de 5 a 10 minutos a fuego bajo para que la mezcla se dore (pero sin que oscurezca). Echamos el vino removiendo sin cesar con las varillas, a partir de ahora vamos añadiendo poco a poco el caldo de la cocción de los Klopse, sin dejar de remover y con cuidado de que nada se pegue al fondo de la cazuela y evitando que salgan grumos.

Según el señor Rach, dejamos la salsa unos 30 minutos al fuego. Yo este punto me lo he saltado un poquillo a la torera, por razones prácticas... es decir: ¡había hambre, señores...! Y por muchas ganas que el señor K. tuviera de cenar entre semana Königsberger Klopse tampoco se puede una estar 20 horas preparando la cena. Mi salsa estuvo unos minutos en hervor, y ya está. En cualquier caso: Pasados los 30 minutos de cocción de la salsa, se le añade la nata líquida, el zumo de limón y la pizquita de mostaza. Se salpimenta y se añaden los Klopse y las alcaparras (enteritas) y se le da a todo el conjunto un calentón.

A la hora de servir, se reparten los Klopse en platos y a la salsa se le añade en el último momento la nata montada. Tras regar los Klopse con la salsa se espolvorea todo de cebollino picado.

Este plato se suele servir acompañado o bien de patatas cocidas/hervidas o bien de arroz blanco (como en nuestro caso).

Ri-quí-si-mo. Punto. En serio: Muy muy muy rico. Y eso incluso aunque fui mala y aceleré el tema salsero...

Ya sé que a algunos no os gustan las alcaparras, yo creo que es porque esas tan grandotas que venden en el súper en España son muy “brutas” y están ahogadas en vinagre y no tienen ni punto de comparación con las chiquitillas, vaya.

viernes, 6 de marzo de 2009

Variaciones sobre un mismo tema...

Ya os comenté el lunes, que el sábado había hecho, así en plan espontáneo, pan de tomate y hierbas. Pues bien, como me gustó el resultado bastante (aunque creo que tengo que mejorarle un par de cosas la próxima vez...), el miércoles, mientras preparaba la cena, me lié a hacer pan de aceitunas negras...


La receta para ambas variantes de pan, la he sacado del blog Essenslust, blog al que creo que llegué a través de un link que hay en el blog de Noema... El caso es hace unos días había visto por allí esa recetilla y pensado: ¡Qué rico tiene que estar!

Cuando el viernes hice para cenar nuestro vicio favorito, había puesto los restos de un paquete de tomates secos a remojar para poder cortarlos mejor en tirillas... Y al ponerme a recoger la kitchen el sábado, zaca, me topo con el bol lleno de tomates que se me había olvidado recoger... Jo, casi voy y los tiro... Pero en el último momento, mientras estaba ya con el bol en la mano junto al cubo de la basura, me acordé del „Pan con tomate“ y me recordé a mí misma: „En esta casa no se tira nada“. Dónde íbamos a ir a parar, hombre...

Por cierto, la motivación de hacer pan de aceitunas el miércoles me vino por la cena elegida ese día: Estas „espirales de lasaña con berenjena y paté de pistachos“
de Adi de „Pan y varios“ que os recomiendo a todos fervorosamente probar. ¡Están de auténtico vicio! Había pensado que berenjenas y tomate triturado combinarían de perlas con aceitunas negras en el pan. Seguro que sí... pero para cuando terminé de hornear el pan hacía 2 horas ya que habíamos cenado... Jiji, creo que la próxima vez habría que preparar la masa un poco antes... ¡Ups!

Cuántas chorradas insulsas os cuento, ¿verdad...?

Ingredientes:

  • 225 g de harina T55
  • un puñado al gusto de tomates secos o aceitunas negras
  • medio sobrecito de levadura seca en polvo
  • 125 ml de agua (en la que hemos remojado los tomates o bañado las aceitunas)
  • una pizca de sal y una pizca de pimienta molida
  • hierbas al gusto (al pan de tomate le añadí unas pizcas de albahaca y mejorana; al de aceitunas le puse una pizca de orégano y una „mini-pizquita“ de romero molido)

Cómo se hace:

He aquí un pan facilísimo y rapidísimo: Picamos los tomates o las aceitunas en cuadraditos chiquines y los dejamos remojar en la cantidad de agua necesaria para la masa (o viceversa: ponemos a remojar tomates/aceitunas en agua para que ésta se impregne bien y luego los cortamos en trocitos). Mezclamos bien todos los ingredientes en un bol (o con un robot) y amasamos hasta que estén todos bien amalgamados. La consistencia de la masa a mí me quedó bastante blanda y pegajosa.


Ponemos en un bol (con las paredes pintadas con algo de aceite) la bola de masa y pincelamos la superficie con aceite. Cubrimos con film transparente y dejamos que suba la masa 45 minutos.


Pasado este tiempo esparcimos algo de harina sobre la mesa y amasamos la masa un momento haciendo que se impregne bien con la harina. Hacemos barras o panecillos con la masa y los ponemos en una fuente de horno forrada. A mí con esta cantidad de masa me salen 2 o 3 “medias-baguettes” o “mini-barritas”. Les dejamos descansar otros 30 minutos y metemos al horno (precalentado a 200 grados) durante unos 25 minutos...


¡Listo!

Aunque yo he de reconocer que a las dos variantes de pan les dejé más tiempo para subir (el sábado porque no tenía ninguna prisa; el miércoles porque mi horno estaba ocupado con la cena y no quedaba otra opción...). Más o menos las tuve una hora y cuarto en la primera subida y otra horita en la segunda subida...

El pan de aceitunas me ha gustado más que el de tomate. Pero creo que se debe sólo a que el de tomate me quedó algo insípido: por miedo a echarle más sal y que junto al condimento propio de los tomates fuera a quedar salado, terminé poniéndole muy poca y salió un poco soso. Y el de aceitunas hubiera aguantado bien un par de minutos más en el horno (la corteza apenas cogió color). Creo además que se me fue un poco la mano con la cantidad de aceitunas (cuando lo corté por primera me dio pánico pensar que la miga podría estar húmeda por demasiada aceituna, uf, qué susto). Pero bueno, todo se andará, digo yo...

En cualquier caso, sale el pan muy rico y blandito. Aunque mis mini barras de tomate no tenían el tono rojizo tan bonito y tan acentuado como las de la receta original del chico de Essenslust... ¡snif!


Lo que más me gusta de la receta es, desde luego, la versatilidad y el corto tiempo de fermentación. Es un pan que se puede más o menos hacer en plan espontáneo para cenar (en hora y media) sin andar muy pendiente de él todo el rato. Además tengo ya tropocientas ideas de cómo ir variando la masa básica: Con nueces, con una parte de harina integral, de hierbas, como baguette normal y corriente, con pipas, con cebolla frita crujiente o
con cebollino picadito o con queso,... Como diría mi amigo Buzz Lightyear*: “¡Hasta el infinito y más allá!!!”

A ver, ¿y a vosotros que más combinaciones se os ocurren?

Vaya descubrimiento de receta, no me diréis que no...

*.- Os iba poner un enlace aclarando quién es Buzz Lightyear, pero luego, pensándomelo bien, he decidido que no saber quién es Buzz Lightyear no tiene perdón... así que... ná, el que no se la sepa que se busque la vida solito, vaya...

lunes, 2 de marzo de 2009

Endibias (o endivias) rellenas de champiñones y gambas


¡Improvisando, que es gerundio! Así es como surgió este plato el sábado...

En realidad, lo único que tenía previsto hacer el sábado era limpiar la cocina, trabajar un rato (se me acumulan cosillas por aquí y por allá...), sestear y esperar a que volviera el señor K. de su jornada laboral para irnos al cine a ver „The International“ (en España sale en abril con el título "Dinero en la sombra"
). Al final, terminé limpiando la cocina, horneando tres mini-panes de tomate y hierbas (ya os diré en otro momento de dónde saqué la idea y cómo los hice: salieron estupendos), y haciéndome estas endibias rellenas para comer – a base de restos. Me gustó tanto el resultado que la idea aterrizó ipso-facto en el cajón de las recetas.

El punto de partida del asunto: Tres endibias que pedían a gritos el finiquito, un puñado de champiñones (estos se apuntan a un bombardeo), otro puñado de gambitas que suspiraban solitarias en el congelador, un bote de nata empezado del día anterior... ¡A por ellos!

Ingredientes (los he “inflado” como para 4 – pero muy a ojo...):
  • 12 Endibias
  • unos 150 g de gambitas, picadas muy finitas
  • 150 - 200 g champiñones, cortados también muy finos
  • aprox. 4-6 cucharadas soperas de harina
  • 150-175 ml nata líquida
  • 2 cebolletas o algo de cebolla
  • 2 dientes de ajo
  • aceite de oliva o mantequilla
  • 4-6 cucharadas soperas de vino blanco
  • para el rebozado: 1 huevo batido (enriquecido con sal, pimienta y un chorrín de leche), harina, pan rallado
  • aceite para freir
  • sal de hierbas
  • pimienta

Cómo se hace:

Cortamos el borde inferior de las endibias y, de ser necesario, una parte de las puntas. Quitamos algunas de las hojas exteriores que puedan estar un poco feas. Cocemos las endibias en agua con sal y un chorrito de aceite de oliva unos 10 minutos a fuego lento. Las quitamos del fuego y ponemos en un plato a escurrir.


Mientras las endibias se cuecen, preparamos el “relleno”: En una sartén ponemos a pochar una cebolleta y un ajo bien picaditos en aceite o mantequilla. Añadimos algo más de la mitad de las setas y más o menos la misma cantidad de gambas y regamos con unas 2 cucharadas de vino blanco. Dejamos pochar un momentillo, salpimentamos (con sal de hierbas y pimienta recién molida). Añadimos 3 o 4 cucharadas de harina, removiendo bien hasta que se incorpore del todo y vertimos sobre el conjunto nata líquida (suficiente como para que quede una masa más o menos gorda, a ojo unos 75-100 ml). Dejamos que hierva y cocemos unos minutos revolviendo de vez en cuando. Dejamos enfriar.

Cortamos las endibias cocidas a lo largo por la mitad, quitándoles cualquier parte feucha que puedan tener. De cada mitad quitamos algunas hojas del interior y el tronco (“corazón”) del centro (para obtener sitio para el relleno). El resultado serán pequeñas “barcas” de endibia que pondremos de nuevo a escurrir bien sobre papel de cocina (procurando que las dos mitades que pertenecen a una única endibia estén juntas, para luego poder “casarlas” mejor).


Una vez secas, vamos rellenando las mitades de endibia con la masa de setas y gambas con ayuda de una cucharita de postre. Juntamos las parejas de barquitas rellenas correspondientes para formar nuevamente endibias enteras.

Estas endibias las rebozamos con harina, huevo y pan rallado. Finalmente las freímos en aceite por todos los lados hasta que estén doradas y crujientes.


Para la salsa pochamos la otra cebolleta y el segundo ajo, finamente picados en aceite o mantequilla y añadimos el resto de champiñones y gambas. Regamos con un par de cucharadas de vino blanco y dejamos que se haga bien. Opcionalmente podemos añadir también una o 2 cucharadas del agua de cocción de las endibias (a mí me parece que le dio un toque distinto y muy agradable). Añadimos el resto de la nata a la sartén y dejamos que la salsa espese un poco. En el último momento le echamos un golpe de pimienta del molinillo.

Servimos las endibias rebozadas sobre una cama de salsa y decoramos echándoles un chorrito adicional de salsa por encima.



Muy, pero que muy rico. Sí señor. Supongo que el sabor ligeramente amargo de la endibia no es algo para todos los gustos, pero a mí personalmente me encantan. Y cocidas están fabulosas: recuerdan mucho, claro, a la achicoria que tanto comemos los navarros ya que son verduras parientes, hermanas vaya... y como aquí no hay achicoria de Navarra, ¡snif!, bueno, pues mi dosis de "amargura patria" (juas juas, qué bonito juego de palabros, ¿no?) me la chuto con endibias...

Ah, por cierto, la peli es muy recomendable si os gustan los "thrilleres" políticos...