viernes, 8 de agosto de 2008

Medallas y balcones

Hoy es 8 de agosto - o sea: empiezan las Olimpiadas (u Olimpíadas, palabro que considero queda muy feo, pero es lo que tiene la RAE, que no se deja marear por cualquiera, y si no que se lo digan a Bibiana). El caso es que, como empiezan las Olimpiadas, estoy pensando sacar la tele al balcón o esconderla en la despensa.

¿Por qué? Porque a mí los Juegos Olímpicos, como toda gran competición deportiva que se precie, me sientan muy mal. Me lo tomo todo muy a pecho (acaban fascinándome y pareciéndome trepidantes cosas tan absurdas como la natación sincronizada y el lanzamiento de martillo, os lo juro) y, además, siempre lloro en las entregas de medallas. Sí, siempre. Independientemente de si las medallas se las lleva algún español/alemán (dualidades que le entran a una con el paso de los años) o de si son chipriotas, chinos o chilenos. Me da igual que sean maratonianos, triatletas o regatistas, ni falta que me hace haber visto la competición en sí - con la entrega de medallas me basta. Siempre lloro. Porque, tontita que es una, a mí esas cosas me emocionan mucho.

Y, francamente, yo muy llorona en realidad no soy. Pero las victorias deportivas me abren los embalses de tal manera que preocupada estoy: A ver si voy a terminar deshidratada con semejante sobredosis medallíl - trescientas y pico creo que hay para repartir, y eso en menos de tres semanas. Menuda paliza para mi pobre body, ni hablar, me niego.

No termino de entender de dónde me vendrá a mí semejante vena sensible con las medallas/copas/etc... - vale que me encantan el fútbol y las carreras de Fórmula 1 y vale que me encanta nadar e incluso voy a veces al gimnasio, pero quitando eso, yo, en realidad, creo que aborrezco el deporte. No le encuentro tampoco ninguna correlación al tema con mis demás flaquezas óptico-lacrimales. A mí lo único que aparte de las medallas me hace siempre llorar son los grandes momentos históricos: la caída del muro y Hans-Dietrich Genscher en el balcón de la Embajada Teutona en Praga hablándoles a los refugiados de la RDA. Ese tipo de cosas hacen que llore siempre y que se me pongan los pelos como escarpias.

Así que como no me apetece darle a un evento organizado por el régimen chino (secundado por los mafiosos y cretinos funcionarios del COI, que es aún peor) la misma importancia histórico-emotivo-moral en mi vida que a Genscher en aquel balcón de Praga (snif), pues eso, voy a meter la tele en la despensa o a esconder las pilas del mando a distancia o algo así.

Estoy pensando volver a alquilar "Expiación", "El atardecer", "Kamchatka" y "Mi vida sin mí" para compensar mi boicot a las Olimpiadas - que la deshidratación no es buena, pero retener líquidos tampoco...

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