miércoles, 21 de enero de 2009

Empieza un año...

Hace ya un par de semanas que estamos metidos de cuajo en un año nuevo y yo aún estoy que no sé ni por dónde cogerlo. Lo estoy inspeccionando con recelo, cogiéndolo con pinzas con la nariz arrugada y remiroteándolo por todas las esquinas.

No es que me esté dando mala espina en sí este 2.009 que tengo por aquí echándose a gatear, pero – francamente - no acabo de salir aún del 2.008 y con su hermano mayor ahora ni sé qué hacer, vaya.

Hacía semanas ya que estaba, antes de marcharme de vacaciones navideñas a la patria cañí, toda feliz y satisfecha porque se me iba acabando un año 2.008 que había llegado a dar, a ratos, estupendamente por saco (¿os acordáis? aquella operación del señor K. que nos dejó exhaustos y me tuvo a mí haciendo curas y cambiando vendajes a diario durante seis meses, algún que otro cliente toca-pelotas que he tenido en los últimos meses, toda esa telebasura que he hecho a lo largo del año, etc, etc, etc...). Estaba pues toda impaciente por echar el telón, cambiar de vestuario vital entre bambalinas y empezar el 2.009 con buen pie, con una reentrée que iba a ser la repera...

Y ahora estoy aquí, de vuelta en Berlín, tras unos días que no han sido lo que esperábamos sino todo lo contrario. Y ni sé por dónde empezar. La tarde de Nochevieja, mientras el resto del planeta enterraba en preparativos de fiesta al año 2.008, mi familia y yo enterrábamos a mi padre. Y ahora empieza un año... ¡y a mí se acaban tantas cosas!

Lo más absurdo: Se me está constantemente olvidando que mi aitatxo ya no está. Sencillamente: cuesta creerlo.

Y al mismo tiempo, me estoy acordando todo el rato de las cosas más diversas: De aquellas vacaciones en Sanjenjo, yo tendría 4 o 5 años, en las que recuerdo haberme inflado de comer marisco. De los tiempos en que nos íbamos con el SEAT 1500 gris de excursión a todas partes, le chirriaban los frenos en los puertos de montaña y a mí me daba por pensar en las persecuciones de coches de las pelis de mafiosos. Recuerdo que de pequeña me gustaba llevarle las zapatillas de estar en casa cuando venía de trabajar - me ponía como una loca de alegría y le llamaba a gritos paputxi, palabro ese que creo que nunca le gustó. Igual que recuerdo el olor de aquel jabón con el que se limpiaba grasa negra de las manos (qué maravilla de súper-manos: ásperas y grandotas, de esas que con una caricia te hacen un peeling que ni Vichy ni Chanel ni flautas, vamos...). Recuerdo la forma en que pronunciaba la palabra "txikita" (con consternación) cuando yo, en las comidas, me aplicaba por ejemplo a desechar los bordillos de grasa del filete.

La de cosas que almacena una a lo largo de los años en la memoria: A mi padre le gustaban las torrijas y las sopas tanto como a mí y tenía un estupendo sentido del humor. Era presumidillo (nunca salía de casa sin un peine en el bolsillo de la camisa) y siempre me ha parecido que olía fenomenal. Era un hombre tranquilo - o a lo mejor sólo lo parecía, rodeado de esa marabunta que es mi familia. Le gustaban Rita Hayworth (la Gilda de sus años mozos) y el Gordo y el Flaco. Se reía con las películas de Whoopie Goldberg y Eddie Murphy (fíjate, le encantaba "El príncipe de Zamunda"... ¡...!), lloraba si le ponías un dramón (todavía me estoy acordando de lo acongojado que se quedó el día que mataron a Josh Harnett en "Pearl Harbour") y no le daba reparo su afición por las telenovelas. Le gustaba ese vestido verde de H&M que tengo (decía que me quedaba bien el color) y en su día me regaló uno de mis jerseys favoritos (uno precioso, rojo oscuro de cuello alto que lleva un cinturón de cuero marrón a la cintura con una hebilla dorada): Decía que estaba guapa de rojo.

¡Oh! Y le gustaban las frases hechas: si le llamabas guapo, te contestaba "yo guapo siempre, desde pequeñito" (ya lo decía mi abuela), si soltabas un "bueno" el añadía un "bueno: bueno estaba y se murió, qué malito se pondría", si preguntabas qué tal él te espetaba un "como el coñac Fundador, ¡como nunca!" y se reía para sus adentros. Decía continuamente cosas como "andando, que es gerundio" o " riquíííííísimo: adjetivo calificativo en grado superlativo". A mí todas esas cosas que decía siempre me han encantado.

Leía mucho y se entretenía viendo partidos de pelota en la tele, le gustaban los coches antiguos (le chiflaba el Aston Martin MK II, el que conducía Remington Steel – de qué tonterías me acuerdo...), se pegó años diciendo que se iba a comprar un descapotable y de joven tuvo la solitaria... Cuando era pequeña me hacía mucha ilusión saber que mi padre, como yo, cumplía los años en un día “de dos patitos”. Detrás de aquello, suponía yo, tenía que haber una conexión cósmica, algo especial... :-)

Podría pegarme así horas. Me acuerdo de esto y lo otro y lo de más allá, de cosas sobre él que sé con certeza y de un montón más que creo saber y que puede que sean sólo producto de mi imaginación. O leyenda pura y dura, yo qué sé: Como esa historia sobre cierta jovencita cautivada por su guapura que acabó metiéndose monja debido al patente desinterés de mi aitatxo en su persona. O esa anécdota sobre la vez que comió setas venenosas y casi ni llega a contarlo... o que querían meterle a cura y se las apañó para librarse. Vete tú a saber si son historias reales o si habré soñado todo eso en algún momento de los últimos 30 años...

Supongo que el resto de mi familia se acordará de otras cosas, pero yo recuerdo que de pequeña tuve la varicela y se la contagié (y las pasó canutas el pobrecillo). Me estoy acordando de su último cumpleaños, que era el día en que la „sele“ se jugaba el pase a semifinales de la Eurocopa contra Italia, ahí estuvimos los dos tan entretenidos viendo el partido, histéricos, al borde del infarto en los penaltis, pasándolo como enanos... Recuerdo haber estado con él en la Oktoberfest (la feria de la cerveza) de Munich y de paseo por la Friedrichstrasse de Berlín, en la playa en Getaria y pasando los domingos (¿o los sábados?) de mi infancia en la sierra en incontables picnics familiares.

Y francamente no tengo ni idea de por qué escribo todas estas cosas. Igual porque si no lo hago, no voy a ser capaz de seguir contándoos mis otras historias: Llevo ya tres semanas abriendo este post y volviéndolo a cerrar y guardándolo y borrándolo y volviendo a empezar. Igual es que me da un poco de pavor que se me vayan a olvidar todas esas cosas y por eso estoy, loca de las listas como soy, intentando anotarme todo lo que se me ocurra (por banal y tonto que parezca), por si acaso. Igual no es más que un intento desesperado de averiguar si me parezco a él en algo en absoluto. O igual es que me hacía falta guardar mi propia versión de los hechos en alguna parte, para no ir luego a confundirla con las versiones de los demás.

Supongo que da igual el motivo. Sencillamente tenía que escribir todo esto. Y ya está. El caso es que mi aita era una de esas personas por las que resulta fácil sentir debilidad. Era un encanto. Y era, a la vez, un cabezón y un “matrako” y era capaz de sorprenderle a una con las cosas más inesperadas y era cien mil cosas más. Y yo siempre he estado súper orgullosa de él. Pues sí.

Creo que eso, ese orgullo por la propia familia, sea probablemente la lección que más me gusta de todas esas fantásticas lecciones que mi padre se ha pasado la vida dándonos (muchas veces sin que nos diéramos cuenta del todo): Creo que mi padre sentía adoración por su familia. Y que lo hacía con razón. Y tal vez sea en eso en lo que más nos hemos parecido siempre (al menos me gustaría pensar que es así), en esa adoración por la familia. Qué queréis que os diga: Vaya suerte de padre que he tenido y vaya suerte de familia que me ha tocao aguantar (y lo que te rondaré, morena...). Aunque no sé si esto os lo voy a perdonar, jodé: Habéis hecho de mí una blanda y una sentimental. En fin...

Una imagen para la posteridad: ¡aquellos maravillosos años en los que yo aún era rubia!




Siempre he odiado las despedidas...

6 comentarios:

La cuina vermella dijo...

Lo sentimos mucho Natalika, aquí estamos para lo que necesites. Un abrazo fuerte.

The Intercultural Kitchen dijo...

Natalika, lo siento mucho.
Creo que compartiendo todos estos recuerdos con nosotros le acabas de hacer a tu padre el mejor homenaje del mundo, y si no es el mejor, el más bonito. Poco a poco... Y si necesitas un hombro para descargarte, estoy a dos barrios de ti (a veces es más fácil con los "desconocidos"), yo te lo ofrezco con sinceridad.
Un beso, Noema

Anónimo dijo...

Ains, pensaba que ya no me quedaban mas lagrimas...

Me habia equivocado...

Un besito muy gordo heremana, ya sabes que te quiero mucho, mucho, mucho...

natalika dijo...

@vermellos y Noema:
Gracias por los "arrechuchones" virtuales... Y, Noema, no te preocupes, mujer, he encontrado una válvula de escape sensacional: estoy horneando una de panes que no veas... Aunque creo mis ímpetus panaderos empiezan a tener un cierto toque psicópata... ;-))

@Axun: Ídem, reina, ídem. Muxus!

Belen dijo...

Natalika,no te conozco pero leyendote por aqui te intuyo y he de decir que me encantas. Y como se dice por aqui "der Ast fällt nicht weit vom Stamm" o como hemos dicho siempre "de tal palo tal astilla". Asi que no me extrania que tu Aita haya sido un hombre estupendo.Yo te mando un abrazo muy fuerte porque me gustas y porque me ha dado mucha pena leerte tan triste y me has dejado triste a mi tambien. Un besazo rubia que te he echado mucho de menos

natalika dijo...

Jo, Belén, pues no te quería poner triste + Danke für die Blumen que dirían los teutones...