miércoles, 27 de mayo de 2009

Pollo con salsa saté y verduritas


¿Os he dicho alguna vez que me encanta la comida asiática? Pues sí, me encanta.

Una de las ventajas de vivir “en la gran ciudad” es poder probar cocinas de lugares remotos sin moverse una mucho. No se hasta qué punto todas esas delicias chinas, vietnamitas, tailandesas y japonesas que me he comido en la última década estarían hechas realmente “al modo original” u occidentalizadas, no se si habrán sido políticamente correctas en cuanto a recetas tradicionales, modos de preparación, etc., o si eran en su mayoría sólo “pseudo”... No tengo hasta ahora tampoco forma de comprobarlo porque, así, entre nosotros, os hago una confesión: nunca he salido de Europa (para ser expatriada hace ya tanto, qué poco mundo he visto). Pero, ¿sabéis qué?: No me molesta en absoluto no poder decir a ciencia cierta si el plato A o el postre B eran autóctono-originales o una versión "light". Para mí lo único que importa es si algo está rico, no si sabe “como se supone que debería saber”. Así de incivilizada soy, ya veis...


Uno de los “inventos” de la comida asiática que más me gusta es la salsa de cacahuete. En todas sus tropocientas variaciones. Por lo que he podido ir degustando en los últimos años, prácticamente todas las diferentes gastronomías orientales tienen algún tipo de salsa a base de cacahuetes.

La denominación más conocida para este tipo de salsa es “saté” o “satay” (aquí más info en inglés), nombre que hace referencia a un plato de origen indonesio, el Saté/Satay, consistente en brochetas hechas a la parrilla. Así pues, parece ser que la salsa saté en sus orígenes era la que acompañaba dichas brochetas. Hoy sigue haciéndolo pero se ha independizado también y aparece en muchos otros platos y se utiliza en muchas variantes.


Recetas de salsa saté hay, por lo que he podido ver, tantas como recetas de salsa de tomate. Yo de momento sólo he probado a hacer en casa la que os pongo hoy (me gusta el resultado mucho), en espera de volver a ir algún día de estos a mi restaurante vietnamita favorito a pedirles (aunque sea a punta de escopeta) que me den la receta de la salsa de cacahuete que hacen ellos, que es una barbaridad de rica. Tanto, que siempre pido el mismo plato. La próxima vez al menos voy a intentar anotarme el nombre del dichoso plato, tal vez así encuentre luego la receta en alguna parte...

Mi pollo con salsa saté no viene embrochetado, pero trae muy buenas compañías: berenjena, pimiento rojo, champiñones y puerro. Y está riquísimo. Uhmm...


La receta de la salsa la saqué hace un par de meses del blog alemán “Chili & Ciabatta”, donde venía como parte de una receta de hamburguesas de cordero estilo saté (incluso las hamburguesas llevaban mantequilla de cacahuete y salsa de soja) que en su día probé a hacer y que nos encantó.

El otro día, a falta de ganas de ponerme a moldear hamburguesas pero con intenciones de finiquitar una pechuga de pollo que decoraba solitaria el frigo, me decanté por esta otra versión...


Ingredientes (fue la cena de 2, reconozco que tenemos un apetito algo descarriado):
  • unos 200-250 g de pechuga de pollo
  • 1 pimiento rojo
  • 1 puerro
  • la mitad de una berenjena pequeña
  • aceite de oliva
  • 5-6 champiñones de los gigantes (o unos cuantos de los „normales“)
  • un vaso de arroz de grano largo (aprox. 100-125 g en crudo)
  • unos 4 vasos de caldo de pollo (dos para cocer el arroz, uno y medio para la salsa, otro medio para las verduritas)
  • medio vaso (unos 100-120 ml.) de „salsa dulce de chile“ (Sweet-Chili-Sauce)
  • unas 3-4 cucharadas soperas rebosantes de mantequilla de cacahuete
  • 2 cucharadas de zumo de limón
  • unas 5-6 cucharadas de leche de coco
  • un buen puñado de cilantro picadito (o, en su defecto, perejil del de toda la vida)

Cómo se hace:

Antes de que nadie se ate el delantal, un par de anotaciones:

1. Esta receta de hoy es una de esas de las de “que puedo cocinar con todas estas sobricas y poquicos que tengo por aquí y por allá”. Es decir, lleva pollo, arroz y las verduras que lleva porque quería terminar ese pollo y esas verduras y “tirar” de ese arroz. Incluso la decisión de echarle al conjunto salsa saté viene derivada del deseo de hacer sitio en mi minúsculo congelador (terminando unos restos de leche de coco que pululaban por allí...). Se puede hacer igualmente con lo que vosotros tengáis a mano: pasta en lugar de arroz, cualquier otra verdura, otra carne o ninguna, etc.


2. La salsa saté lleva, en la receta que yo uso, “sweet chili sauce”. No se si será fácil de encontrar en España o no. Si no la encontráis se puede sustituir en principio perfectamente por una mezcla de salsa de soja, azúcar moreno, algo de jengibre ralladito y escamas de chilis secos (o pimienta cayena o algo de tabasco o una pizca de salsa tipo sambal oelek o similar)... He encontrado también esta otra receta de saté que supongo que podéis igualmente probar.

Aclarado esto: ¡al tajo!

Cocemos el arroz “como siempre” (rehogándolo primero un momentín en aceite de oliva y añadiendo después el doble de cantidad de caldo de pollo).

Entretanto, cortamos la pechuga de pollo en tiras finas o en dados y rehogamos en una sartén grande con un poquito de aceite hasta que esté la carne dorada. Sacamos de la sartén y reservamos. En esa misma sartén, salteamos la verdura (que habremos cortado asimismo en dados o tiras). Después de un par de minutos, añadimos medio vasito de caldo y reducimos el fuego - la verdura tiene que hacerse, pero tampoco queremos que quede blandengue total. En unos diez minutillos debería estar lista, dependiendo de vuestra cocina y de si os gusta la verdura “al dente”, “muy al dente” o más bien estilo “segunda infancia”...


Para la salsa mezclamos todos los ingredientes (caldo, salsa de chile, mantequilla de cacahuete, leche de coco y limón) en una cacerola con las varillas y ponemos al fuego hasta que hierva. Dejamos en ebullición unos minutillos hasta que espese a nuestro gusto, en el último momento añadimos una buena cantidad de cilantro picado o perejil.


La mantequilla de cacahuete que tengo yo es de textura tipo “chunky”, es decir, lleva trozos bastantes grandotes de cacahuete. Si sólo la encontráis fina (sin tropezones) yo le añadiría a la salsa pedacitos de cacahuete o al conjunto en sí anacardos picados. Por aquello de tener algo que morder-morder.

Por cierto: Si alguno no conocéis la mantequilla de cacahuete y os sorprendéis del hecho de que una salsa de cacahuete sólo lleve 4 cucharadas de dicha manteca en más de 300 ml. de otros ingredientes... os aclaro un aspecto importante: la mantequilla de cacahuete es, en cuanto a empalague, una auténtica monstruosidad. A mí se me caen los dientes del susto al suelo sólo de mirar el bote... :D


Antes de servir, devolvemos la carne a la sartén y dejamos que coja temperatura junto a la verdura. Podemos espolvorear el contenido de la sartén asimismo con cilantro/perejil.

Para servir ponemos en cada plato el arroz correspondiente con un par de cucharones de verdura y pollo y ahogamos todo ello sin reparo en salsa de cacahuete.



A mí este tipo de “atrocidades” me pirran. Hmmm, qué rico...

martes, 19 de mayo de 2009

Caracolas de canela (y otros exquisitos ingredientes)


Hace unos días cumplía 90 añazos la abuela del señor K. y, francamente, una ocasión así hay que celebrarla. Así que mi familia política se reunía para celebrarlo, y yo, que soy una pelota de tomo y lomo, me puse la víspera del evento mi segunda piel de pastelera mayor del reino y me encerré en la cocina (bueno, es un decir: mi cocina no tiene puerta) a hornear tropocientas magdalenas a la naranja amarga y estas pecaminosas caracolas que había visto en mi cocina neoyorquina favorita unos días antes.

En "Smitten Kitchen" esta receta viene descrita como una adaptación del clásico rugelach judío. Rugelach
son en realidad más bien galletas o pastas, pero que se enrollan como caracolas y van rellenas por ejemplo de canela, nueces (u otros frutos secos), pasas, etc... La masa de estas “galletocaracolas” suele hacerse tradicionalmente a base de queso crema, mantequilla y harina.

En esta adaptación de hoy (que es más pastelito o magdalena que galleta/pasta), la masa no lleva queso sino leche, aceite, harina y azúcar (y 3 tipos distintos de levadura: de la química y de la natural)... y el resultado es una BARBARIDAD. Una de las buenas, claro. De las muuuuuy buenas.

Que nadie me pregunte como se pronuncia el nombre de estas delicias porque no lo sé con seguridad. Rugelach o rugalach: El nombre de estos dulces es, según tengo entendido, yiddish (eso que en España se conoce como “yidis”
y que es el idioma de los judíos de Europa Central, por aquí denominado “Jiddisch”). El yiddish es muy parecido al alemán (aunque se escribe con caracteres hebreos), así que parto de la base que el nombre rugelach se pronunciará también según la fonética teutona: al castellanizarlo quedaría “rú-gue-laj” más o menos... Pero que me corrijan los expertos si es que hay alguno por aquí rondando.

De todos modos, no me queda otro remedio que avisar con antelación:

1. Provocan una adicción brutal y te dejan atónito hasta el punto de paralizarte: Durante la primera media hora después de haberle hincado el diente por primera vez a una de estas preciosidades, lo único que el señor de la casa y moi myself fuimos capaces de decir eran cosas como “¡ostras!” o “ay, ¡por favor!” o “¡qué fuerte” o “¡aaaaaaaah!”... os lo juro.

2. Creo que cada unidad debe tener unos dos millones de calorías, más o menos. No exagero.

Dicho esto, aquellos a quienes les gusten las emociones fuertes deberían continuar leyendo. Al resto lo quiero ver ya mismo en una esquina en plan auto-castigo y de cara a la pared (no sabéis lo que os perdéis, infieles, que sois unos infieles, hombre).

Ingredientes (según Smitten Kitchen salen unas 24 caracolas de tamaño muffin... a mí me salieron menos: es que soy un poco bruta y un poco despistada...):

para la masa:
  • 2 “cups” de leche entera (es decir unos 475 ml.)
  • ½ “cup” de aceite vegetal (aprox. 120 ml.)
  • ½ “cup” de azúcar
  • 1 sobrecito de levadura seca (en polvo, unas 2 y ¼ cucharitas)
  • 4 y ½ “cups” de harina (más harina adicional para enharinar la superficie de trabajo)
  • ½ “teaspoon” / cucharita de levadura tipo Royal (baking powder)
  • algo menos de ½ “teaspoon” / cucharita de bicarbonato sódico (baking soda)
  • ½ “teaspoon” / cucharita de sal

para el relleno:

  • 1/3 “cup” de azúcar (más o menos 5 cucharadas)
  • 1/3 “cup” de azúcar moreno (más o menos 5 cucharadas)
  • 2 “teaspoons” / cucharitas de canela molida
  • 1 “cup” de mermelada de albaricoque (puede ser de otra fruta)
  • aprox. 6 “tablespoons” / cucharadas de mantequilla derretida con una mini-pizquina de sal (aunque a mí se me olvidó ponerle la sal...)
  • 1 “cup” de nueces finamente picadas (puede usarse cualquier tipo de fruto seco de nuestra preferencia: yo utilicé una mezcla de nueces y pistachos, pero almendras/avellanas/etc. sirven igualmente)
  • 2/3 “cup” de mini-pedacitos de chocolate (aquí se pueden comprar directamente en la sección de repostería del súper, ¿en España se llaman “chispas de chocolate”? – vendrían a ser unas 10 cucharadas)
  • 2/3 “cup” de pasas u otras frutas secas, finamente picadas (unas 10 cucharadas)

... como veis las medidas son una vez más las americanas: prometo pesar los ingredientes la próxima vez y poner las cantidades en el blog, ¿vale?

Cómo se hace:

En una cazuela grande mezclamos la leche, el aceite y el azúcar y ponemos al fuego hasta que llegue casi a ebullición. Antes de que rompa a hervir, quitamos del fuego y dejamos enfriar de 45 minutos a una hora. Pasado este tiempo, la mezcla estará aún algo templada, añadimos la levadura en polvo y dejamos reposar un minutín antes de añadir cuatro “cups” de harina. Mezclamos bien con un cucharón de palo, tapamos con un trapo y dejamos reposar durante al menos una hora.

Después de una hora la masa habrá crecido ya considerablemente. Es ahora cuando le añadimos la media “cup” de harina restante así como la levadura “Royal”, el bicarbonato y la sal. Volvemos a mezclar bien y enharinamos la superficie de trabajo generosamente (esta masa es muy húmeda / pegajosa). Dividimos la masa en dos mitades y pasamos una de ellas a la mesa/encimera.

Con el rodillo enharinado, extendemos la masa sobre la harina hasta formar un rectángulo de unos 60 cm. de largo y de tanta anchura como dé de sí la masa (Deb de Smitten Kitchen comenta en la receta original que a ella le quedó de 60 x 30 centímetros). En este punto fue en el que yo me dormí en los laureles: Mi rectángulo de masa no tenía esas dimensiones ni de casualidad... evidentemente no dejé la masa aún demasiado gruesa (lo cual explica por qué me salieron menos unidades de las previstas y por qué las mías eran taaan enormes).

Ponemos el horno a precalentar a 175 grados.

Ahora es el momento de rellenar nuestras caracolas: Para ello mezclamos el azúcar con el azúcar moreno y la canela y reservamos. Como primeramente vamos a rellenar sólo la mitad de la masa, necesitaremos sólo la mitad del relleno: Extendemos pues la mitad de la mermelada sobre el rectángulo de masa (en los extremos más anchos dejamos más o menos 1 cm. libre como margen). Sobre esta capa de mermelada vertimos 3 cucharadas de mantequilla derretida. Y sobre la mantequilla esparcimos ¼ de “cup” de la mezcla de azúcares y canela que habíamos hecho previamente.


Ahora repartimos sobre todo esto la mitad de las nueces, la mitad del chocolate y la mitad de las pasas (¿os habéis caído ya para atrás sólo de pensarlo? yo me estoy mareando sólo de escribirlo de puro “shock azucarero”).




Una vez repartidas todas estas perversiones uniformemente sobre la masa, pasamos a enrollarla: Empezando por el extremo ancho, comenzamos a enrollar el rectángulo de masa sobre sí mismo firmemente (y con cuidado de incorporar bien el relleno). Es un poco complejo, pero con un poco de cuidado hasta a súper-torpes de mi calibre les sale bien el asunto... Una vez enrollada la masa del todo, se corta (con un cuchillo afilado de sierra) en “rodajas” de unos 2-3 cms. de ancho, cuidando de no “descuajeringarlas” del todo en el intento.



Con spray de repostería o con mantequilla y un pincel, engrasamos bien a conciencia una bandeja de muffins (tanto las cavidades como la parte plana superior, ya que el relleno de las caracolas tiende a salirse un poquillo a borbotones y si no engrasamos la bandeja puede costarnos siglos rasparle todo ese azúcar requemao de la misma...). Vamos pasando una rodaja de masa rellena (aka “futura caracola”) a cada cavidad de la bandeja. Espolvoreamos cada una de las rodajas con una cucharina de la mezcla de azúcares y canela y las metemos al horno entre 15 y 20 minutos. Cuando estén doradas y veamos que el relleno hace borbotones, estarán listas.



Mientras esta primera tanda está en el horno, procedemos a extender y rellenar la mitad de la masa restante con los ingredientes restantes. Enrollamos, cortamos y reservamos.

Dejamos enfriar las primeras caracolas sobre una rejilla mientras pasamos la segunda tanda a la bandeja de muffins (nuevamente engrasada) y la horneamos igualmente.

Comidas en el mismo día es cuando estas caracolas más ricas están. Al segundo día siguen estando magníficas pero han perdido algo de la jugosidad inicial de la masa (se secan bastante rapidillo, vaya). Al tercer aún están ricas pero sólo si las mojamos en algo (café con leche, colacao, yo qué se...).

Notas: En la receta original, va prevista media hora de reposo extra para las rodajas ya “embandejadas” antes de meterlas al horno. Yo me salté este paso a la torera por falta de tiempo. Salieron espectacularmente ricas. Así que allá cada cual. Otro paso que me salté a la torera fue el de la glasa. ¿Glasa? Sí, hijos míos. Aparte de todas esas barbaridades del relleno, estas caracolas iban inicialmente recubiertas con una glasa a base de queso crema, azúcar glas, mantequilla, vainilla y leche. Estoy convencida de que con la glasa puesta estos pseudo-rugelachs le mandan a uno ya directamente al infierno de puro escándalo glotonero. La próxima vez les pondré la glasa, en esta ocasión prescindí de ella porque a mis caracolas les esperaban 500 kilómetros de coche antes de ser engullidas y no quería que se pusieran feotas en el camino.

Impresionante descubrimiento esta receta.

¡Qué peligro tiene esto!

Además son una preciosidad. Lástima que se me olvidó hacer fotos de alguna de ellas fuera de la bandeja antes de que desaparecieran porque tienen una forma que me ha enamorado: A medio camino entre una magdalena (la parte inferior) y una caracola (la parte de arriba) son bonitísimos. ¡Uff! Mi foto desde luego no les hace ninguna justicia...

Por cierto: Si os interesa probar los rugelach en su versión original, os dejo aquí un enlace con recetas. En "Smitten Kitchen" encontraréis aquí también otra versión más tradicional que la de hoy.

A mí siempre me ha llamado mucho la atención toda la temática de la dieta kosher (
las costumbres alimenticias judías) con toda su parafernalia de alimentos prohibidos y formas de preparación y cosas que pueden comerse juntas y todas las que han de ingerirse por separado, etc... Aparte del hecho de que es una cocina muy internacional porque se ha ido nutriendo durante siglos y siglos de las gastronomías de muchos lugares y culturas diferentes. Me parece súper interesante y últimamente estoy recopilando bastantes recetas judías, así que a ver si voy teniendo tiempo de hacerlas también algún día. Si os interesa el tema la Wikipedia en inglés tiene un artículo bastante extenso sobre la cocina judía en general y en la Wikipedia española se explayan más sobre la gastronomía sefardí en concreto.

Recetas sefardíes concretas se encuentran por ejemplo aquí o aquí (encontraréis enlaces a las rectas al final del artículo) o aquí (en la columna de la derecha hay enlaces a algunas recetas...). Qué interesante, ¿verdad? Y algunos platos tienen desde luego una pinta espectacular...

viernes, 8 de mayo de 2009

Rollos y rollitos

Tal vez no os hayáis dado cuenta todavía, pero, chisss, ahora que no nos oye nadie, así, entre nosotros, os tengo que hacer una confesión: Estoy como una cabra. De verdad, mi desequilibrio mental no tiene límite. En serio. Muy mal, yo diría que fatal incluso. ¡Uff!

Y no os creáis que esto es coquetería (sí, sí, ya se que se lleva mucho el presumir de neurosis, pero, qué queréis que os diga: ¡vaya gilipuertez!). No, no. Yo estoy fatal: fatal como en “fatal-fatal” (y si no que se lo pregunten al señor K., pobrico, la que le ha caído encima). Lo mío se llama T.O.C.
y se manifiesta en el hecho de que me paso la vida “controlando” cosas, bueno en realidad me paso la vida en un sin vivir, pero decir “control” queda más bonito... y más... hmmmm, controlado:

Loca compulsiva (o sea: yo) – sentada en el sofá sirviendo la cena...: “Oye, amor, ¿tú crees que la puerta de casa está cerrada?”

Señor K. - a punto de pincharle el tenedor a su cena: “Sí” (hombre parco en palabros él, en eso me recuerda a cierto hermano mío que no quiero nombrar...)

The crazy bitch (otra vez: yo) – ignorando la cena, mientras el corazón deja de latirme durante un par de milisegundos por pura ansiedad: “¿Seguro?”

Señor K. - con la boca llena y cara de aburrimiento: “Seguro”.

Psicópata de tomo y lomo (¿lo adivináis? sí, yo) - levantándome de un salto del sofá y saliendo rauda y veloz en dirección al pasillo mientras se me enfría la cena: “Pero... ¿seguro-seguro?”

Señor K. - pidiendo, en silencio, a los dioses del Olimpo que me provoquen una amnesia aguda a ver si así se me pasan las neuras: “Seguro-seguro... y ahora ¿me haces el favor de sentarte y cenar?”

La pirada esa con la que no os queréis encontrar en un callejón oscuro (Duh! Yoooooooo!) – mientras apoyo mis cincuentaynosécuántos kilos de peso en la puerta para comprobar si está cerrada y le paso el dedo 20 veces (en tandas numeradas del 1 al 4) al pestillo para asegurarme de que realmente está echado y de que su apariencia de “cerradez” no es un espejismo: “¿Estás seguro-seguro del todo?”

El Santo Job reencarnado en un “teutón guapo con canas y ojos azules-derrite-cerebros-femeninos” - mirando ensimismado el puntiagudo tenedor que sostiene en pose crispada en su mano derecha y pensando si clavárselo a sí mismo en la yugular o clavárselo a la chalada esa que está en el pasillo metiendo las uñas en la ranura de la puerta cerrada para comprobar si está cerrada-cerrada o “sólo entornada”: “Seguro-seguro-del-todo...” (con voz cansada)

Jack Torrance
reencarnado en una personita chiquitaja que acaba de romperse dos uñas intentando averiguar si la puerta de casa está cerrada (lo cual ha provocado que se equivoque al contar y haga una tanda de cinco uñadas en lugar de cuatro... lo cual a su vez acaba de provocarle un colapso emocional-mental de dimensiones considerables por lo que acaba de empezar con el ritual cierra-puertas de nuevo desde el principio...) - con irritación latente en la voz, mientras a su cena empieza a salirle escarcha: “Ajaaaaa, ¿y cómo quieres saberlo si estás en el salón y ni siquiera tienes la puerta a la vista?”

Señor K. – preguntándose si lo del TOC es sólo “tal vez hereditario” o tal vez “definitivamente muy hereditario” y si aún está a tiempo de hacerse en secreto una vasectomía, mientras le salen un par de canas más de las que ya de por sí tiene: “Cariño, yo confío en ti: Si la puerta la cierras , SEGURO que está BIEN CERRADA(sinceramente, aunque con cierto recochineo y una buena dosis de agresión latente)

La pequeña Nata – cogiendo carrerilla y lanzándose con todo su peso contra la puerta para averiguar si está cerrada y elucubrando sobre si el señor K. se habrá hecho ya en secreto una vasectomía y sobre hasta qué punto será “taaaan cierto” aquello de que el riesgo de empeoramiento del TOC durante un embarazo es de un 60-70%, mientras se mosquea por la vil puñalada trapera del “yo confío en ti” ese de mierda que le acaban de catapultar a traición: “¡¿Tú confías en mi?! ¡¡¿Pero, por quéééééé?! Yo NO confío en mi... ¿me haces el favor de venir a mirar la puta puerta de una puta vez y decirme si realmente está cerrada?” (ligeramente enervada)

Señor K., arrastrándose con aire derrotado hasta la puerta: “Sí. Yes. Ja, darling: Cerrada” (agarrándome de la mano y tirando de mí hacia el salón)

Scary crazy bitch darling (alias chalada de asustar alias yo) – en un estado zen de relajación total que me va a durar más o menos cinco minutos, es decir hasta el momento en que me pregunte si doce horas antes, cuando he hecho el café del desayuno, me he acordado también de apagar la cafetera (porque, evidentemente: si no la he apagado, seguro que en cuanto nos vayamos a dormir estalla y prende fuego a toda la casa, y con la casa arderemos nosotros y todo el vecindario y el resto de Berlín y lo más seguro es que el fuego se extienda y acabe acorralando al único genio científico capaz de salvar a la Humanidad entera de la exótica epidemia asesina mundial que seguramente está a punto de brotar – oh, dios mío, me he dejado la cafetera encendida y voy a matar a todos los habitantes del planeta y, lo que es peor, además todas mis cosas se van a quemar en el incendio), mientras le hinco el diente a la cena: “Uhmmm, qué raro, no está la cena muy caliente ¿no?”

...

A propósito de cena... hoy una improvisada, ligerita y veraniega, con toque mediterráneo y resultado espectacular...

Ingredientes (para 2 personas, una cuerda y la otra realmente chiflada):

  • 300 g de pechuga de pollo
  • 1 lata de tomate natural triturado
  • 2 lonchas de jamón serrano
  • unas 6 hojas de albahaca
  • salvia, molida
  • pimienta
  • aceite de oliva
  • 1 huevo enriquecido con un chorrito de leche
  • harina
  • 2 dientes de ajo
  • 1 chorrito de agua
  • una pizquina de sal gruesa
  • mejorana (seca, picada)
  • perejil fresco, picadito
  • una pizca de azúcar
  • un chorrito de nata líquida
  • 1 bola de queso Mozzarella (125 g)
  • aceite para freir

Cómo se hace:

Filetear las pechugas hasta obtener cuatro filetines delgaditos y darles un par de golpes con el martillo de la carne. Pincelar la carne con aceite de oliva y espolvorear con pimienta y salvia en polvo. Poner sobre cada pieza de carne media loncha de jamón serrano, sobre el jamón una hoja grandota de albahaca fresca, y enrollar.

Untar los rollitos de pollo en harina y reservar.

En un cazo pochar dos dientes de ajo en algo de aceite de oliva. Echar el contenido de una lata de tomate natural triturado en el cazo, salpimentar y espolvorear con hierbas al gusto (yo usé perejil dos hojas de albahaca picaditas y algo de mejorana) y ponerle una pizca de azúcar y un mini-chorrín de agua. Esperar que rompa a hervir a borbotones, reducir a fuego lento y dejar que cueza durante unos 10 minutillos.

Entretanto poner el horno a precalentar.

Cortar una bola de queso mozzarella en rodajas finas y reservar. Calentar aceite en una sartén y poner los rollitos de pollo a freír (previo paso por un plato con huevo batido enriquecido con un chorro de leche) hasta que el rebozado tenga algo de color.

Quitar la salsa de tomate del fuego, pasarla por la batidora hasta quitar los tropezones y agregarle por último un golpe de nata líquida.

Dejar que los rollitos de pollo escurran el aceite de la fritura sobre papel de cocina.

Pasar la salsa a una fuente de horno, depositar sobre ella los rollitos de pechuga y cubrirlos con las rodajas de mozzarella. Meter al horno un par de minutillos (el tiempo suficiente para que el queso de derrita).



Servir inmediatamente y comer inmediatamente y enfandarse con razón de no haber hecho como mínimo el doble de ración porque estaba increíblemente rico.

Como consecuencia del enfado sacar otra cerveza del frigorífico y respantigarse en el sofá con ella como consuelo. No preguntarse si está el horno apagado o se está quemando la cocina mientras vemos la tele...

He dicho NO preguntarse si está el horno apagado.

Que noooooooooo, que no se está quemando la cocina... Seguro que no. No, no, no. No.

No.

¿No...?

¿Seguro que no...?!!

martes, 5 de mayo de 2009

Empieza el día con alegría...

No se vosotros, pero yo nunca he sido una gran desayunadora. Entre otras cosas porque, así, recién salida de la cama, nunca tengo hambre (independientemente de si me levanto a las siete o a las dos de la tarde, no os vayáis a pensar...). Cuando aún era fumadora (es decir, hasta hace unos nueve meses) lo mío era el denominado “desayuno de las putas”: Un café y un cigarrito. Y para de contar.

Por influencias del señor K. hace años ya, no obstante, que a veces desayuno: En esta casa el brunch de los fines de semana es sagrado. Soy una “centroeuropea asimilada” ejemplar. Nuestro desayuno los fines de semana suele tener una duración de varias horas (en general hasta la hora de la cena, la clave está en la transición fluida del asunto: “tú haces la cena y yo recojo la mesa del desayuno”, ehm, ya...) e incluye elementos indispensables e inamovibles tan fabulosos como mini-hamburguesas con mayonesa casera, salchichas con mostaza dulce, huevos revueltos o fritos para el señor de la casa, panecillos surtidos, zumo, embutidos, nutella, mermeladas varias, varios litros de café, quesos de todos los tipos y colores, fruta, etc... a veces me estiro y hago tortitas y las ahogo en nata montada . Jijiji.

Pero, ¿entre semana?: Nada, niente, nothing... Café, con leche y azúcar. Y para de contar. ¡Pues eso se va a terminar! ¿Por qué? Pues porque he conseguido, ¡por fin!, que mi horno escupa los muffins (o sea las magdalenas de nuestra infancia, de aquellos maravillosos años en los que no todo estaba norteamericanizado) más fantásticos, esponjosos y preciosos del mundo mundial. A partir de ahora he decidido desayunarme una magdalena casera todos los días. Mi horno y yo hemos pasado de una fase inicial de desconfianza mutua a la simbiosis total... ¡yippie...!

La receta, por cierto, la he sacado del blog de Pioneer Woman - no estoy segura de si esa mujer existe realmente o sólo es tal vez un gag de marketing, pero me gustan algunas de sus recetas “american-style” y como es bien sabido que soy una persona con una conducta moral más bien, ehm, “relajada”... pues bueno, en lugar de boicotearla por poner publicidad del McDonalds en su página pues le he “robado” los muffins del desayuno...

Ingredientes (salen unas 20-22 uds.):

  • 4 “tazas” de harina
  • ½ “taza” de azúcar
  • 2 cucharas de levadura tipo “Royal”
  • ½ “taza” de margarina
  • 2 “tazas” de mermelada de naranja amarga
  • 1 “taza” de zumo de naranja casero
  • 1 cucharilla de esencia de vainilla
  • 2 huevos
  • ¾ “taza” de azúcar
  • 1 cucharilla de canela molida
  • 1 cucharilla de nuez moscada en polvo
  • 1 cuchara + 1 cucharilla de mantequilla derretida
  • ¼ cucharilla de sal

Nota: Las medidas de esta receta son americanas (tazas, cucharas, cucharillas) y se basan en volumen y no en peso. Hay muchas tablas de conversión en Internet (como esta o esta o esta) que podéis utilizar a la hora de adaptar las cantidades a gramos.

Yo os recomiendo no obstante improvisar los medidores (o compraros un juego de tazas): Para la “taza” se puede utilizar cualquier vaso o tazón que tenga un volumen de unos 237-240 ml. – si pesáis con vuestra báscula 237-240 gramos de agua (que serán asimismo 237-240 ml. de agua) y los echáis en un vaso, el punto hasta el que llegue el agua será el equivalente al volumen de una “taza” americana. Con un rotulador de los imborrables hacéis una marca y ya tenéis taza medidora (lo más práctico es hacer marcas asimismo en ½ taza, ¼ de taza, 1/3 de taza, etc...). En cuanto a las cucharas, lo más fácil es comprarse un set de cucharas medidoras (no sé dónde las venderán en España, en alguna tienda de menaje de cocina seguro que habrá, en Guibert en Pamplona seguro que las tienen – y buscando en Google “cucharas medidoras” o “cucharas medidas” deberían aparecer tiendas on-line donde comprarlas igualmente...) y dejarse de conversiones y locuras.

Cómo se hace:

Ponemos el horno a precalentar a 190 grados.

Mezclamos en un bol la harina, la media taza de azúcar y la levadura, añadimos la margarina y mezclamos bien hasta que ésta esté incorporada.


En un bol aparte echamos dos tazas de mermelada de naranja amarga y una taza de zumo de naranja casero, mezclamos bien y añadimos la cucharita de esencia de vainilla. Volvemos a remover.


Echamos estos ingredientes líquidos en el primer bol (en el que están los ingredientes secos), batimos los dos huevos y los añadimos igualmente.



Mezclamos con mucho cuidado todos los ingredientes (con ayuda de una cuchara de palo o con el robot de cocina o un batidor de varillas). Es importante no sobre-mezclar la masa, porque si no, los muffins no saldrán esponjosos. Dejamos de mezclar justo antes de que estén todos los ingredientes incorporados del todo y reservamos mientras preparamos el “topping”.

Para ello, mezclamos en otro bol los ¾ de taza de azúcar con la canela en polvo y la nuez moscada. Añadimos la mantequilla derretida y removemos bien (quedará una consistencia algo húmeda). Por último echamos la sal y revolvemos una última vez.




En una bandeja para muffins colocamos los correspondientes moldes de papel (o engrasamos directamente la bandeja con mantequilla o spray de aceite) y los rellenamos con la masa. Como colofón, espolvoreamos cada futura magdalena con una cucharita del “topping”.


Metemos al horno durante unos 20-22 minutos (según la receta original, yo a los míos los dejé un ratito más, unos 24 minutillos). Sacamos los muffins de la bandeja y dejamos enfriar sobre una rejilla. Mientras se enfría la primera tanda horneamos la segunda (mi bandeja de muffins tiene 12 huecos, así que me toca trabajar en dos tandas).

Si podéis hacer estos muffins sin papel (utilizando spray de aceite o algo así), os recomiendo hacerlo porque cuesta bastante luego quitarles el papel. Pero ricos, salen riquísimos. En casa nos ha gustado muchísimo el toque ligeramente amargo que le da la mermelada de naranja, sobre todo en combinación con el topping que queda crujiente y dulzón. Salieron hasta tal punto esponjosos que estoy aún aturdida de que algo tan fantástico haya salido de mi horno (creo que por fin le he perdido el miedo al tándem compuesto por mi horno asesino y la repostería).



Como el primer intento salió tan bien, al sábado siguiente me lancé a modificar la receta y hornée dos tandas de muffins con zumo de naranja y confitura de albaricoque. Quedaron igualmente jugosos aunque de sabor un poco más sosetes. Estoy en espera de probarlos aún con mermelada de piña o pera o de frutos del bosque y sus zumos correspondientes... Oh! Y de atreverme a añadirles nueces o avellanas o pistachos o pasas o o o...



La próxima vez (o sea: el sábado, ya que voy a hornear unos cuantos para el 90 cumpleaños de la abuela del señor K., que es este domingo) pesaré los ingredientes después de medirlos para poneros aquí las cantidades en gramos.